universo

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El año en que me desperté con el sonido de mi propia risa

i am running into a new year
and i beg what i love and

i leave to forgive me

—Lucille Clifton

I
Una pequeña bestia sedienta

Ni siquiera sé por dónde empezar a agarrar este año. Está hecho de una sustancia elástica y resbaladiza que me impide sostenerlo en mis manos. A pesar de mis intentos, se escurre entre mis dedos y cae desparramado por el suelo. Este año se niega a ser definido para seguir expandiéndose a lo largo y ancho de mi vida, tiñéndola de lecciones y revelaciones. Me rindo. Lo dejo estar.

Este año rascó mi superficie hasta revelar a una pequeña bestia sedienta, temerosa de beber esa única cosa capaz de salvarle la vida.

II
La memoria de aquello

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

—Alejandra Pizarnik

¿Es posible tener miedo de algo que ya pasó?

No temer que vuelva a suceder, sino asustarse de la cosa en sí misma. Eso que pasó y ya está detrás de ti. La memoria de aquello.

Supongamos que hoy me siento valiente y estoy dispuesto a llamar la cosa por su nombre.

Supongamos que escribo la palabra «trauma».

Y supongamos que, en un intento de entender si tengo miedo de la palabra en sí o de su significado, la busco en el diccionario y encuentro esto:

trauma
(sustantivo)

  1. Conmoción y dolor emocional severo causado por una experiencia extremadamente perturbadora.
  2. Choque severo causado por una lesión.

Una vez leí que cuando un animal está gravemente herido, se esconde del mundo y duerme. Me tomó un tiempo darme cuenta de que mi cuerpo adulto era el refugio donde dormía la bestia de mi infancia.

Ahora trato de despertarla con ternura, susurrarle que hemos llegado a un lugar seguro.

Nombrar el trauma es revelar el truco del mago en medio de su acto. Una vez empecé a ver las cartas marcadas, los dados cargados y el doble fondo del sombrero, mi cicatriz se volvió tan suave como la cola de un conejo. He dejado de confundir ilusionismo barato con magia. Me despojé de mi autoengaño y ya no puedo engañar a nadie más.

III
Hasta la raíz

Estas fueron sus palabras exactas: «Lo importante para ti es enraizarte, sentirte sostenida por la Madre Tierra, conectada a su vez por la luz del cielo. Estas dos energías convergen en ti al tiempo».

He dedicado largos ratos al ejercicio de visualizar raíces que salen desde la base de mi columna vertebral hasta el centro mismo del planeta. Todo para intentar transmutar esa cuestión, ese dolor pequeño y robusto latiendo dentro de mi pecho como un guisante seco: Si echo raíces, ¿cómo podré escapar?

Quería ver al dorso de la vida para conocer todas las respuestas, pero a todas mis preguntas solo les precedía un silencio incómodo. En ese silencio me encontré.

Estoy lista para ver crecer mi vida, para cuidar de mí y de todo lo que hay en ella. Una vida como un jardín. Un jardín en el cual quedarme, protegida desde la punta del cielo hasta lo más profundo de la raíz.

IV
El sonido de mi propia risa

A veces algo me hace reír tanto mientras duermo, que el sonido de mi propia risa me despierta en medio de la noche.

V
Casi todo es prescindible

He estado pensando en mis libros. Los que están guardados en cajas de cartón, al otro lado del océano, en una habitación cualquiera de la casa de mami. Cómo he tenido que dejarlos atrás, esos objetos que tanto amo, a los que tanto significado les he atribuido desde siempre.

La idea de mis libros convirtiéndose en hogar de ácaros y polillas me recuerda que casi todo es prescindible. Puedo despertarme un día cualquiera y elegir con qué me quedo y qué dejaré atrás.

Abrí puertas y ventanas. Cerré los ojos y susurré a todo cuanto amo «si así lo deseas, vete». Cuando volví a abrirlos, lo que me amaba seguía allí.

VI
Una mancha plateada y borrosa

Escribir sobre el amor es como fotografiar la luna. Sabemos que su majestuosidad no admite réplicas y aún así insistimos en sacar el celular del bolsillo, hacer la foto. Del mismo modo tonto, año tras año me aventuro a intentar explicar el amor, que es lo que intuyo que hago cada vez que me siento a escribir.

Y cuando hablo del amor, me refiero al universo. Y cuando digo «universo», no me excluyo.

¿Seré capaz algún día de desentrañar tanto infinito?

Probablemente no.

Esta tarea de intentar contar el mundo —contar mi mundo— no tiene fin, pero si lo tuviera quizás ni siquiera habría empezado. Tampoco pienso en la muerte para poder vivir tranquila.

Este año me rompió el corazón y también me lo curó. Se me ha desarmado el alma tantas veces que ya sé reconstruirla con los ojos cerrados. Estoy exhausta y, sin embargo, aquí estoy. Se puede decir que hasta contenta, esperanzada.

En medio de una realidad tan agotadora, tan desgastante, aquí estamos.

Las rodillas nos tiemblan, pero aquí estamos.

No estoy segura de si esto es una suerte o una desgracia, pero es lo que es y elijo verlo como algo bellísimo. Permitamos que estar sea suficiente. Seguir aquí y nada más. Que solo eso sea la magia.

Mira esta mancha plateada y borrosa, es la luna. Agarra este puñado de palabras torpes, son todo mi amor.

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El año de la inutilidad de las expectativas

Mira, no pido mucho,

Solamente tu mano, tenerla

Como un sapito que duerme así contento.

—Julio Cortázar

I. Cosecha

Mil novecientos noventa y nueve. 

Dos mil cuatro.

Dos mil nueve.

Dos mil catorce. 

Dos mil diecisiete.  

No sé qué hace que mi cerebro recuerde con tanta nitidez los años de mierda. Los años especialmente buenos no los llevo tan marcados, aunque me gustaría. Embotellarlos como en los viñedos guardan las reservas de sus mejores cosechas. Quizás existieron. Estoy segura de que existieron, pero soy incapaz de señalarlos con la misma precisión que los malos. 

Lo más fácil sería decir «aquellos que no fueron años de mierda, fueron los buenos años.» Pero que esto sea lo más fácil, no hace que sea verdad.

Sé que la clasificación es inútil. Los años son como las mejillas, que no distinguen si las lágrimas que lloras son de tristeza o de alegría. Son iguales todas las lágrimas. Dura lo mismo cada segundo. La naturaleza del tiempo es arrastrar todo cuanto existe hacia adelante y afortunados los que aún seguimos siendo arrastrados hasta la otra orilla, aunque tengamos que aprender a vivir sin todo lo que hemos dejado atrás.

II. I remember…

Recuerdo que estábamos en la cama conversando algo sobre Chantal Maillard, el hambre como concepto y cómo el hecho de estar vivos es en sí mismo un acto violento. Salir, caminar, matar a nuestro paso hormigas, marchitar la hierba con nuestro propio peso, fulminar todo cuanto tocamos hasta que seamos nosotros los derrotados. 

Recuerdo que llegué a la conclusión de que la vida se alimenta con furia de la vida. Todo lo que respira es un corderito de sacrificio dentro del cosmos y poco más.

Recuerdo que, a pesar de todo, aquella fue una conversación bonita. Recuerdo que pensé: Me siento a salvo aquí.

III. El universo correcto

Tengo pocas ganas de hacer cuentas y de obligar a mi cerebro a buscar lecciones o a encontrarle un sentido a todo esto. Quiero descansar en la simpleza de que no hay respuestas erróneas, tan solo hay un universo correcto para experimentar cada pregunta y resulta que es el universo en el que me encuentro. 

Es una crueldad decir que hay un dios que nos ha salvado porque ha escuchado precisamente nuestras oraciones mientras ha ignorado las plegarias de muchos otros que han suplicado con la misma fe y un corazón más puro. El único milagro es la máquina del cuerpo que observa, se mueve y se estremece bajo un cielo perforado de estrellas, como si nada de esto fuera temporal, como si las arrugas, las canas y el crepitar de nuestros huesos fueran regalos de la vida y no el aliento de la muerte calentándonos la nuca.

IV. La inutilidad de las expectativas

Mis expectativas no han servido de nada, solo para distraerme del presente. Ha sucedido lo que esperaba, pero nada ha sucedido como esperaba. Este ha sido el año de prender en fuego todas mis pajas mentales y disfrutar el calor de esa hoguera.

Un día me sorprendí pensando «¿cuándo todo volverá a ser como antes?» No era la primera vez que me lo cuestionaba. Hace 22 años un huracán se metió a la isla y me pregunté lo mismo cuando vi el desorden que había dejado: las calles inundadas, los árboles caídos, la luz eléctrica que no llegaba y los mosquitos jodiendo la noche entera, zumbándote en el oído.

¿Cuándo todo volverá a ser como antes?, le preguntaba a todo el que quisiera escucharme. Como si hubiese una fecha pautada en el calendario.

Dentro de mi inocencia no entendía que uno se recupera de los desastres sin darse cuenta, poquito a poco. Un día conectaron la luz, otro día empezaron a crecer nuevas hojas en los árboles del patio, mi mirada se acostumbró de tal forma al nuevo paisaje que ya era incapaz de recordar ese antes que añoraba tanto. 

Esto es lo que ahora sé: Cuando todo vuelve a la normalidad, ha pasado tanto tiempo que ni te importa. Ha pasado tanto tiempo que te vuelves otra.

La respuesta a todos los ¿cuándo? es «ahora» o «todavía».

V. Un par de certezas

Soy optimista con el año que vendrá. Doy por hecho que será absolutamente hermoso porque mi ojo está entrenado para detectar belleza en casi cualquier parte. No obstante, tengo claro que un nuevo año es estrenar un cepillo para lavarse los mismos dientes de siempre, es quitar el ramo marchito para colocar rosas frescas en el mismo jarrón de toda la vida. Igual sigue siendo lindo tirar lo que ya no sirve, cambiar las flores.

He tenido una pequeña revelación: La vida es corta, el amor es infinito. De momento no pido más que conservar estas certezas.

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El año en que puse los puntos sobre todas mis íes

I
Punto ciego

Una vez se me ocurrió que los seres humanos éramos como las cebollas. Que podías pelar capa tras capa, hasta llegar a su corazón, y al desprender la última corteza encontrarías un vacío. Pensé que quizás ese vacío era justo lo que sostenía todo alrededor y decidí que esa nada era la esencia: mi centro de gravedad.

Construí toda mi existencia en torno a ese agujero, pero ya era hora de poner en tela de duda ciertas verdades. ¿Qué tal si no se trataba de una herida abierta ni de una grieta insondable? ¿Y si tanto cansancio emocional era el resultado de intentar completar ese hueco con cosas, lugares, amores que nunca encajarían? ¿De qué podía escribir si no escribía de la ausencia?

Miré hacia dentro hasta vencer el vértigo. Me di cuenta de que aquello no se trataba de un abismo, sino de un terreno baldío. Era un infinito donde construir mi hogar, un universo. La esencia nunca fue el vacío, sino lo que crecía silvestre dentro de él. Mi centro de gravedad es todo lo que he hecho para reponerme cada vez que he perdido el equilibrio.

II
Punto de equilibrio

Entonces el dolor salió de mí, como agua oxidada por una cañería vieja, hasta que dio paso al amor más transparente. El amor es mi naturaleza, no importa el daño. 

En lugar de endurecerme, esto es lo que prefiero hacer: sentarme a escarbar palabras hasta encontrar belleza donde más me duele. Llorar y bailar y crear. Porque si como quiera la vida va a doler, al menos que sea hermosa la cicatriz.

III
Punto de unión

Un año bisagra, un año puente. Una pausa antes de afirmar que este es el camino, aunque me dé miedo perderme. El 2018 se sintió como llegar a casa luego de un largo día de trabajo, fue salir a la superficie cuando ya no me quedaba aire. Mierda, coño, por fin. Este año fue una bocanada, fue volver a respirar.

Quedan vestigios. Todavía hay palabras que generan en mí cierto malestar, como el verbo deber (conjugado en tiempo pretérito o condicional), víctima, trauma, imposible, sacrificio. Determinadas circunstancias desatan en mi pecho un pavor inexplicable. Sigo con ganas de salir huyendo de lo bueno a la familiaridad del caos, pero me quedo.

IV
Puntos suspensivos

Esta es la parte en la que estoy supuesta a escribir de ti. Pero los deseos, si los cuentas, no se cumplen.

V
Punto muerto

Volvimos a vernos. Hablamos de nuestro amor y otras cosas que ya no existen, como las pocas libras que perdí y solo pudiera notar una báscula o alguien que me haya abrazado desnuda.

Rebusqué en todo mi cuerpo y noté que él ya no me dolía en ningún lado.  El cariño estaba ahí y nosotros también, pero había otra ausencia. La idea de nosotros se había desmoronado. Recordé La Insoportable Levedad del Ser y eso de que los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también. Milan Kundera sabía de lo que hablaba.

Días después de haberlo visto, me senté a escribir. Estuve buscando entre los papeles sueltos en los que voy anotando ideas unos apuntes que había hecho sobre él. No los conseguí, pero encontré un billete viejo de la lotería que había jugado con mucha ilusión, aunque al final no resultó ganador.

VI
Punto de inflexión

Hasta que cumplí los 9 años, para regresar a casa después de ir al cole, recorríamos la avenida Cayetano Germosén. En uno de los carriles sucede algo curioso, y es que llegado cierto punto hay una bifurcación donde debes elegir entre avanzar por un lado que se empina en una especie de loma, o continuar por debajo en una vía más plana. Nunca entendí bien por qué está asfaltada de esa manera, pero cada vez que llegábamos a ese cruce, mi hermano y yo suplicábamos a quien sea que estuviese manejando: ¡Por arriba! ¡Por arriba! ¡Por arriba!

Si el conductor decidía tomar el carril más elevado, celebrábamos emocionados. En cambio, si seguía por el lado más llano, nos decepcionábamos y lamentábamos al unísono: ¡Por abajo!

Anoche visité a una amiga que vive a una calle de la casa de mi infancia y tuve que trasladarme por la misma ruta que atravesábamos de lunes a viernes hace dos décadas. Al llegar a la bifurcación, casi pude volver a escucharnos suplicar, expectantes de la resolución del conductor.

¡Por arriba!
¡Por arriba!
¡Por arriba!

No pude evitar sonreír. Esta vez, quien iba manejando era yo.

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El año en que volvió el amor

I
Una casa propia

“I can live alone and I love to work”. A house of my own fue el primer libro que leí este año y de ahí saqué el breve mantra que resume a la perfección estos últimos meses: Puedo vivir sola y amo trabajar.

Cuando estaba buscando apartamento ninguno me invitaba a quedarme. Demasiada caoba. Demasiado tránsito en la calle, demasiado lejos de mi trabajo, demasiado caro, demasiadas habitaciones. Demasiado e insuficiente al mismo tiempo.

Ahora miro a mi alrededor y me siento afortunada de poder llamar a este rinconcito mi casa. Mi zona segura en el mundo, mi santuario, donde empiezan y terminan mis días. Este es el punto exacto que marcó una nueva etapa de mi vida adulta, donde descubrí que soy la mujer que cuando era niña me prometí ser.

Para mí era tan importante salir del hogar materno por mis propios pies. Sin velo ni corona. Sin ayuda de un marido ni de nadie porque qué muera el patriarcado, y sin embargo, de todos necesité algo.

Necesité de mi hermano, de mis amigos, de mi familia. Necesité de un Poder Superior para que me guiara, del universo que sabía que el apartamento que yo andaba buscando me andaba buscando a mí para que yo lo habitara. Necesité de mis amigos que viven cerca y de los que viven tan lejos que se despiertan cuando me voy a dormir. Necesité abrazos, cervezas, todo el cariño, todo el apoyo. Por mis propios pies, sí. Pero no por mis propias fuerzas.

Qué bonito fue extender los brazos y encontrar tantas manos sosteniéndome, tanta gente a la cual decirle “mi casa es tu casa”. Gente que me ensucie las copas, que me arrugue los cojines, que me llene la sala de humo y la boca de risas. Gente que me seque las lágrimas.

Este es mi lugar. Aquí están mis libros favoritos, algunos dibujos que hice mientras estudiaba en la universidad, recuerdos de mis viajes. Están mis velas aromáticas, mis ácaros, mis grietas, mis mosquitos.

Están las flores blancas en un jarrón sobre la mesa. Pienso en Salvador, a quien se las compré afuera del supermercado y me prometió enseñarme a arreglar mis propios ramos la próxima vez.  Él dice que estoy lista para hacer algo más que combinar las flores que más me gustan y yo le creo. “Es un arte”, me dice, “y tú eres una artista. Las mismas flores se te van acomodando solas”. Es como la vida, supongo, que va cayendo de a poco en su sitio.

II
Cinco palabras

La mañana después de cumplir mis 27 años llegué llorando a la oficina. Sin ni siquiera saber lo que me estaba pasando, alguien me miró a los ojos y me dijo “tú te mereces lo mejor”.

Le creí.

III
Dime cuán roto estás y te diré cuánto puedo amarte

El primer amanecer del 2017 me encontró agarrada de manos con un casi-extraño. Todavía no alcanzo a entender qué fue lo que pasó ahí, pero él y yo empezamos a actuar como si fuéramos nosotros desde que entramos a un party en el que poca gente nos conocía.

Ahí estaba yo. Sin ganas de aclarar que no éramos nada cuando se referían a él como mi novio. Yo, que me cuido tanto de que no tomen nota de cuántas veces amé, para que luego tampoco quede rastro de cuántas veces fui incapaz de retener al amor. Había que verme.

Cuando salió el sol nos devolvimos nuestras manos y no supe más de él, pero lo tomé como una señal. Entendí que este sería el año en que volvería el amor y este fue el año en que el amor volvió.

El amor sigue siendo amor aunque la relación no dure.

Es que se hizo insostenible. El amor se volvió una casa en llamas. En principio me senté a su lado como quien decide que el infierno es su tipo de paraíso. Pero después, coño, nos estamos quemando. Vámonos, amor.  Vámonos de aquí.

Y el amor se fue, pero no conmigo.

Dejé de jugar al dime cuán roto estás y te diré cuánto puedo amarte. Entonces aprendí que amar también es esto, que amarse a uno mismo todavía cuenta como amor.

IV
Todo se me hace inmenso

Cada noche yendo a la cama con uno distinto: Murakami, Cisneros, Lahiri. Apilados en mi mesita de noche a un brazo de distancia, suplicando ¡elígeme a mí! ¡elígeme a mí! (Como yo en secreto le suplicaba a él).

Esto de estar sola a veces se me parece demasiado a la soledad. La casa, la cama, la ducha, las botellas de vino, la vida… Todo se me hace inmenso, todo me alcanza para dos.

Sé que para tener compañía basta con un mensaje o una llamada, de esos pendejísimos “para saber de ti”, como quien no quiere nada de nada, ninguna cosa.

Me estiro, como para ocupar más espacio, y me lo pienso mejor: Más vale poder tirarse un peo tranquila que mal acompañada.

A veces eso vale muchísimo más.

V
Mágico

Este año ha sido tan difícil como importante, ha exigido todo de mí. Me ha costado un montón ser adulta.

Rechacé grandes ofertas. Terminé mi relación con un hombre que adoraba. Llamé dos veces al 911, temí por la vida de alguien que amo. Acompañé a mis amigos a tomar ansiolíticos, a enfrentar divorcios, a poner denuncias por abuso, a enterrar a sus padres, a enterrar a sus hijos.

Entendí por qué dicen que la salud y el amor son lo más importante. Lo demás se consigue fácil, hasta llega solo.

Qué año de mierda. Qué año tan mágico, también. Que nos ha sacado el aire, pero aquí nos ha dejado, respirando. En medio de tantas pérdidas, aún nos tenemos los unos a los otros. Veo infinita belleza en esto. Queda tanto por qué dar gracias.

A pesar de todo, incluso gracias a todo, avancé. No estoy donde esperaba, pero sí en otra parte.

Y estoy convencida de que este es un mejor lugar.

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El lugar más suave del universo

the kind of love that loves a writer 
when they cannot write.
—Nayyirah Waheed

 

Cuando le conté que el 2015 pasará a la historia como el año en que menos escribí, me corrigió diciendo que este será el año en el que menos publiqué, porque siempre estoy escribiendo, incluso cuando no escribo. Me habló acerca de cómo me la paso trazando palabras bajo su piel, sobre cómo nuestras conversaciones tenían poco que envidiarle a la poesía.

Pero ese ni siquiera era el asunto. El tema es que el silencio era mi declaración, que después de tantos entierros, luego de presenciar ese desfile de gente muriéndose, yéndose o quedándose allí donde ya no estoy, lo único que me apetecía era alejarme del ruido…

Apretar los puños y también los labios.

Designar un espacio de calma donde velar a mis muertos.

Dejar que el tiempo los descomponga a ellos, me recomponga a mí.

Presentar como ofrenda ante un altar a ese amor estropeado por cobarde, a quienes mi afecto no pudo salvar y a la vida que no elegí.

Permitir que esa sustancia maleable de la que están hechas todas las almas se contraiga, se expanda, se apacigüe, acepte; para salir del campo de batalla con la única victoria que (me) importa: conservar mi corazón tan blando como el lugar más suave del universo.

Cuando acordamos que el 2015 pasará a la historia como el año en que menos publiqué, recorrí con mi dedo su espalda y firmé con tinta invisible: “Aquí he sido feliz”. He sido, en pasado. Como se habla de aquellos lugares a los que ya no añoramos volver.