surreal

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Me basta con abrir los ojos para que la realidad lo disuelva todo

She makes the sound,
the sound the sea makes to calm me down.

(Dissolve me – Alt-J)

El agua es un elemento recurrente en mis sueños. No importa el escenario, casi siempre hay grandes cuerpos de agua tranquila y clara. Es curioso, porque también cuando aparezco en los sueños de los demás el raudal me persigue. Y ahí voy con mi diluvio a cuestas, empapando madrugadas.

Para la mística de los sueños el agua significa el estado anímico de la persona, representa todo lo relativo al alma. Según Freud, simboliza el yo inconsciente, la vida. Yo sólo sé que duermo sumergida en charcos oníricos y en esa ocasión él estaba a mi lado.

Esa noche aún era de tarde. Navegaba en un océano calmado y la puesta de sol convertía al mundo en una naranja. Flotaba sobre un mar de néctar brillante y dulce. Sabía que él aparecería porque el viento salado me lo susurró al oído, aunque debí haberme dado cuenta antes porque él siempre trae fuego a mis sueños: Una vez tuvimos que correr para escapar de las llamas de un incendio, otra noche lo estreché contra mí hasta convertirlo en ceniza entre mis brazos.

Algunas veces me despierto con la sensación de haberlo soñado, como cuando alguien ya se ha levantado pero su calor permanece pegado a la cama. 

Me basta con abrir los ojos para que la realidad lo disuelva todo. Yo dejo de ser agua, él deja de ser fuego. Pero en este mundo tampoco podemos ser. Aquí también se nos deshace el amor en las manos.

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Bongó

Cuando eso tú y yo ni nos imaginábamos que existíamos. Y tú no soñabas con un bongó, soñabas otras cosas. Eran otros tiempos, la magia estaba condensada en el núcleo de la Tierra y no podías respirarla en cada bocanada como ahora, no se te había quedado adherida a la tráquea y los pulmones para acceder a ella dentro tuyo siempre que la necesites.

El latido de tu corazón sonaba fuerte, pero tus oídos aún no habían adquirido la agudeza para escuchar su música. La luna menguante parecía reírse de un chiste que nadie más podía entender y el mar se te enredaba entre los dedos de los pies sin conseguir hacerte cosquillas siquiera.

Aquello no era vida, era algo distinto. Una forma de estar, sin ser. Un modo de ocupar el espacio al borde del tiempo, la torpeza de plantar un pie delante del otro como quien cree que una veleta gobierna la dirección del viento. Era subsistir, no más.

Andábamos sin percatarnos de que éramos ciegos hasta el momento en que nos sostuvimos la mirada, hasta que entre tus ojos y los míos se elevó este puente. Entonces fue fácil comprender que nuestros caminos estaban entrelazados desde antes, mucho antes. Esta historia viene trenzándose desde otras vidas, desde la vez que éramos un par de abejas decantando miel sobre las lenguas o desde cuando éramos juglares tañendo la cítara y el laúd.

Pero nos miramos, y a partir de ese instante no pudimos dejar de escuchar la melodía. Dentro de nuestro pecho palpitaba un tambor. Danzábamos como poseídos por el ritmo de esos latidos y de pronto se nos hizo evidente que cuando la luna nos miraba, se reía de nosotros.

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A un centímetro sobre el suelo

Hay mañanas en las que el sol no logra despabilarme. Mi cuerpo anda por ahí tomando café y dando los buenos días, cumpliendo con mis responsabilidades laborales, asintiendo a lo que me dicen, sonriendo como si me importara un carajo. Sin embargo, la gente no se da cuenta de que aún sigo dormida. Ninguno se fija, para mi asombro, en que hay un grupo de duendes danzando sobre mi cabeza y deslizándose por mi cara usando mi nariz como tobogán.

Camino a exactamente un centímetro sobre el suelo, abriéndome paso entre la multitud, y nadie lo nota. Juran que estoy aquí con ellos, podrían meter su mano en el fuego afirmando que ya no duermo tan solo porque mis ojos están abiertos.

Sé que estoy soñando, estoy segura: hay una medusa que flota a mi lado y me sigue a todas partes; cada vocablo que escapa de mi boca se queda pendido de mis labios, cada letra conectada a la otra por un fino hilo de luz; desde mi garganta hasta tus oídos se han hilvanado un montón de palabras que miro y olvido, y vuelvo a mirar.

Mis manos están manchadas con la fluorescente arena de la luna. Con estas manos toco tu cara y ahora la luna brilla en tu piel. Eres la luna. De pronto mis brazos se extienden hacia ti pero esta vez no logran alcanzarte. Permaneces suspendido en el cielo nocturno cual péndulo sidéreo.

Mientras yo camino dormida, fingiendo que desperté.