poesía

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Impermeable

«Here’s to the hearts that ache,
here’s to the mess we make.»

 

Poco me importa que pienses que el enamoramiento es la fórmula infalible para joderse. Ya no me enamoro con la ingenuidad de quien confunde una planta de plástico con una natural. Las reales son más hermosas aunque se me marchiten.

Que nadie me diga que amar así solo existe en la poesía cuando he visto a la vida misma tejerse en forma de poema. No fijes la vista en mis temores, no pases por alto que cada vez que dije tengo miedo di un paso hacia adelante hasta llegar aquí.

¿Sabes cuánto amor nos cabe en el presente?

¿Tienes idea de cuánto más podemos existir hasta que el futuro se transforme en el ahora?

Dime tú, si sabes, qué tanto tengo que esperar para volver a abrazarte como se estrecha entre los brazos a un hombre de sangre, hueso y carne, en lugar de apretujarte con las manos temblorosas de quien sabe que sostiene una bomba de tiempo.

Me pides paciencia y espero. Busco en la profundidad de mi tristeza la mejor versión de mí como quien tira un balde al fondo del pozo para dar de beber a la criatura más sedienta del desierto. Dejo que me bebas, pero sorbo a sorbo el corazón se me desgasta. Me he convertido en agua y ya no me ves más.

Me disuelvo y mi amor es un océano capaz de sumergir en él todo lo que toca. Mas no confundas océano con cielo para disparar o con arena para pisotear. No esperes de mi amor constante calma ante tu tempestad.

Mi amor es el oleaje que se expande y se contrae en intentos locos de alcanzarte. Mi amor es fuerte, testarudo, vasto. Mi amor se despliega ante ti inconmensurable. Se desborda.

Mira, tanto horizonte. Tanto mar a una orilla de distancia y tú incapaz de mojarte siquiera las puntitas de los pies. Tanto mar que contemplas de reojo, lamiendo tu corazón malherido e impermeable, sacudiéndote la tentación del bramido de las olas que te susurran lo mismo una y otra vez: ven, zambúllete.

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Imagínate lo mismo de siempre

In a haze, a stormy haze 
I’ll be round,  I’ll be loving you 
Always, always 

(Parachutes – Coldplay)

 

Imagínate que llovía.

No a cántaros, sino una llovizna suave. De esas que el viento arrastra hasta tu cara para hacerte cosquillas.

Entre las gotas de lluvia, yo. Caminando despacio, con las manos bien metidas en los bolsillos del abrigo, sintiendo su mirada acariciándome la espalda y envuelta en la comodidad de una despedida que ya anunciaba que nos volveríamos a ver.

Figúrate que aun así, la soledad. La grieta insondable, el eterno paréntesis abriendo una nada en mi pecho. El vacío de toda la vida, ese espacio que ni siquiera la poesía puede llenar.

Imagínate lo mismo de siempre:

Mientras afuera llovía, mi corazón moría de sed.


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«Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.»

La poesía es lo más hermoso que jamás me ha pasado en la vida. Me gusta haber crecido alimentándome de metáforas, me enorgullece decir que devoraba los poemas de Nicolás Guillén, Becquer, Borges y Neruda mucho antes de poder entender lo que querían decir sus palabras.

Mis padres la cagaron de mil formas, pero si algo hicieron bien fue llenar mi mundo de palabras, regalarme libros, leerme poemas, y poemas, y poemas. Ya perdí la cuenta de las veces en que unos cuantos versos me han salvado de mí misma. Incluso hubo un tiempo en el cual me sentía más identificada con la palabra poeta que con mi propio nombre.

Creo firmemente en eso de que de poeta y loco, todos tenemos un poco, así es que ¡feliz día internacional de la poesía a todos!

Y para celebrar, comparto el que fue mi primer poema favorito:

Un poema de amor

No sé. Lo ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,
un tiempo enorme, enorme, enorme.

Al fin, como una rosa súbita,
repentina campánula temblando,
la noticia.
Saber de pronto
que iba a verla otra vez, que la tendría
cerca, tangible, real, como en los sueños.
¡Qué explosión contenida!
¡Qué trueno sordo
rodándome en las venas,
estallando allá arriba
bajo mi sangre, en una
nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en seguida? ¿Y la manera
de saludarnos, de manera
que nadie comprendiera
que ésa es nuestra propia manera?
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón
gritando, aullando con silenciosa voz.

Después
(ya lo sabéis desde los quince años)
ese aletear de las palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales,
entre testigos enemigos.
Todavía
un amor de «lo amo»,
de «usted», de «bien quisiera,
pero es imposible»… De «no podemos,
no, piénselo usted mejor»…
Es un amor así,
es un amor de abismo en primavera,
cortés, cordial, feliz, fatal.
La despedida, luego,
genérica,
en el turbión de los amigos.
Verla partir y amarla como nunca;
seguirla con los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aun seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso, insomnio,
veneno, éxtasis, convulsión,
suspiro, sangre, muerte…
Hecha
de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella.

(Nicolás Guillén)

Recuerdo que una noche mi papá me preguntó si sabía cuál era esa sustancia con que amasamos las estrellas… «las lágrimas», me dijo, «cuando uno llora, las luces se ven como si las estuviésemos deformando».

Las lágrimas son esa sustancia conocida con que amasamos una estrella. Después de entender esto nunca más se llora igual.