mar

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Impermeable

«Here’s to the hearts that ache,
here’s to the mess we make.»

 

Poco me importa que pienses que el enamoramiento es la fórmula infalible para joderse. Ya no me enamoro con la ingenuidad de quien confunde una planta de plástico con una natural. Las reales son más hermosas aunque se me marchiten.

Que nadie me diga que amar así solo existe en la poesía cuando he visto a la vida misma tejerse en forma de poema. No fijes la vista en mis temores, no pases por alto que cada vez que dije tengo miedo di un paso hacia adelante hasta llegar aquí.

¿Sabes cuánto amor nos cabe en el presente?

¿Tienes idea de cuánto más podemos existir hasta que el futuro se transforme en el ahora?

Dime tú, si sabes, qué tanto tengo que esperar para volver a abrazarte como se estrecha entre los brazos a un hombre de sangre, hueso y carne, en lugar de apretujarte con las manos temblorosas de quien sabe que sostiene una bomba de tiempo.

Me pides paciencia y espero. Busco en la profundidad de mi tristeza la mejor versión de mí como quien tira un balde al fondo del pozo para dar de beber a la criatura más sedienta del desierto. Dejo que me bebas, pero sorbo a sorbo el corazón se me desgasta. Me he convertido en agua y ya no me ves más.

Me disuelvo y mi amor es un océano capaz de sumergir en él todo lo que toca. Mas no confundas océano con cielo para disparar o con arena para pisotear. No esperes de mi amor constante calma ante tu tempestad.

Mi amor es el oleaje que se expande y se contrae en intentos locos de alcanzarte. Mi amor es fuerte, testarudo, vasto. Mi amor se despliega ante ti inconmensurable. Se desborda.

Mira, tanto horizonte. Tanto mar a una orilla de distancia y tú incapaz de mojarte siquiera las puntitas de los pies. Tanto mar que contemplas de reojo, lamiendo tu corazón malherido e impermeable, sacudiéndote la tentación del bramido de las olas que te susurran lo mismo una y otra vez: ven, zambúllete.

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Me basta con abrir los ojos para que la realidad lo disuelva todo

She makes the sound,
the sound the sea makes to calm me down.

(Dissolve me – Alt-J)

El agua es un elemento recurrente en mis sueños. No importa el escenario, casi siempre hay grandes cuerpos de agua tranquila y clara. Es curioso, porque también cuando aparezco en los sueños de los demás el raudal me persigue. Y ahí voy con mi diluvio a cuestas, empapando madrugadas.

Para la mística de los sueños el agua significa el estado anímico de la persona, representa todo lo relativo al alma. Según Freud, simboliza el yo inconsciente, la vida. Yo sólo sé que duermo sumergida en charcos oníricos y en esa ocasión él estaba a mi lado.

Esa noche aún era de tarde. Navegaba en un océano calmado y la puesta de sol convertía al mundo en una naranja. Flotaba sobre un mar de néctar brillante y dulce. Sabía que él aparecería porque el viento salado me lo susurró al oído, aunque debí haberme dado cuenta antes porque él siempre trae fuego a mis sueños: Una vez tuvimos que correr para escapar de las llamas de un incendio, otra noche lo estreché contra mí hasta convertirlo en ceniza entre mis brazos.

Algunas veces me despierto con la sensación de haberlo soñado, como cuando alguien ya se ha levantado pero su calor permanece pegado a la cama. 

Me basta con abrir los ojos para que la realidad lo disuelva todo. Yo dejo de ser agua, él deja de ser fuego. Pero en este mundo tampoco podemos ser. Aquí también se nos deshace el amor en las manos.

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La cura para todo mal que no merezcas

Esa madera necesita un corazón que la humedezca 
Llena de polvo aguardaba en un rincón mi canción seca 
Será la cura para todo, la cura para todo mal que no merezcas. 
(Sulky – Gustavo Cerati)

 

Si te tiras de espaldas contra el mar con una cola de bacalao en cada mano y sales sin mirar atrás, te curas de la mala suerte. Al menos eso cuenta la sabiduría popular en esta isla caribeña. Si decides ir a preguntar por aquellos rincones donde la gente tiene el sol del trópico tatuado en la piel, comprobarás que es una verdad universalmente aceptada.

Siempre creí que no existía tal cosa como la casualidad, que hay un enredo de razones detrás del mínimo acontecimiento en la Tierra. La suerte me da maní. Todos los pesados libros de historia que ahora sirven de hogar para los ácaros corroboran que los grandes hitos de la humanidad no han sucedido por pura chepa. O ve y dile a Juan Pablo Duarte que él es un cheposo. Ve, y después me cuentas.

Sin embargo, tras ciertos eventos en mi vida que me han tenido al borde de agarrar la cola de bacalao más cercana, estoy empezando a entender que hay cosas que simplemente pasan. Que uno no quiere que pasen, pero pasan como quiera. Sin ningún motivo superior detrás ni nada que se le parezca. Si está pa’ ti, aunque te quites; si no está pa’ ti, aunque te pongas. Esto último también lo cuenta la sabiduría popular, no yo.

Existe otro famoso remedio para la mala fortuna, pero este sí funciona. Lo he probado con éxito el 100% de las veces:

Ajo y agua.

A joderse y aguantarse.

Aunque quizás el mejor amuleto sea la actitud. Recordar que todo pasa, conservar una mentalidad más o menos positiva y reírse de uno mismo. Estas son historias que contar. Estas son las cosas que te convierten en el alma de la fiesta, que hacen estallar carcajadas entre tus amigos, que los ayuda a reconocer que no la tienen tan mal después de todo. Y tú no la tienes tan mal tampoco.

Hay un refrán que dice que al que madruga, Dios lo ayuda. Pero nadie sabe decir a qué coño es que Dios te va a ayudar. De todas formas, estoy madrugando.

No me vendría nada mal que me tendieran una mano divina aquí.