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El año del final de la añoranza y los anhelos

“When we think that something is going to bring us pleasure, we don’t know what’s really going to happen.
When we think that something is going to bring us misery, we don’t know.”

—Pema Chödrön

I
Arraigo

Desde que tengo uso de razón fantaseaba con otra vida. Cuando el presente resulta insoportable, es común querer escapar hacia un pasado mejor o encontrar una máquina del tiempo que nos empuje hacia el futuro. Como no recordaba un pasado mejor al cual quisiera regresar, solo me quedaba inventar el mañana. 

Tenía mucha fe en mi yo del futuro. Tanta, que puedo asegurar que soy quien soy porque hay una niña en el pasado que me sueña, que me imagina al otro lado del océano, a salvo y lejos de todo lo que daña.

Hasta ahí todo bien, supongo. Pero fantasear con otra vida me desraizaba de mi vida.

He escrito sobre esto otras veces. Sobre mi incapacidad de echar raíces. A veces siento que la mujer que escribe es siempre más sabia que la mujer que vive fuera del papel, aunque seamos la misma.

Este ha sido el año del final de la añoranza y los anhelos. De descubrir lo dulce que es estar presente en el presente y echar raíces, por fin. 

II
Un amor posible

Era tanto mi miedo a la intimidad, que prefería fantasear con un amor imposible antes que vivir un amor real.

III
Soltar con ternura

Hace una década que mantengo este ritual de sentarme a encontrar un hilo conductor a cada año. Decir ah, de esto se ha tratado todo. Y de creérmelo de verdad, hasta el punto de jurar que lo he entendido, que he llegado al quid de la cuestión… cuando no lo sé.

¿Quién soy yo para afirmar que un año ha sido malo o bueno, que he dominado las lecciones, que soy mejor que antes? 

No lo sé. 

A veces he creído que algo o alguien me haría feliz, y en cambio me ha traído tristeza. Otras veces he tomado tragos amargos que terminaron transformándose en la miel más dulce.

Entonces hago espacio a mi ignorancia, a la angustia que me genera la completa ausencia de tierra bajo mis pies. Si este año ha sido malo o bueno, no lo sé. Pero me alegra tanto que haya sido. Sostengo estos 365 días que han pasado con agradecimiento porque son parte de mí.

Me reconozco incapaz de controlar absolutamente nada, pero puedo intentar relajarme en la incertidumbre. Puedo intentar enraizarme sin aferrarme, abriendo el corazón a lo que llega, soltando con ternura lo que debo dejar ir.

IV
El arte inmóvil

No quiero crear para un algoritmo. Tengo la impresión de que escribir ya no es un fin en sí mismo, sino un esqueleto para cubrir con ruido. Sin embargo, donde cada plataforma, red social, canal de información o método de enseñanza favorece la imagen en movimiento o la sonoridad de la música, me quedo con la quietud de la palabra escrita.

Me quedo con este arte inmóvil, silencioso e inadvertido. Me quedo con la intimidad pública que me da compartir lo que escribo. ¿Qué diferencia hay entre llorar encerrada en mi habitación y llorar en el vagón del metro? Ninguna, porque nadie mira.

V
Expectativas

No espero mucho del año que vendrá, espero mucho de mí misma. Deseo recibir cada experiencia, difícil o suave, con apertura, responsabilidad y presencia. Quiero dejar atravesar mi alma por toda emoción sin querer retenerla o huir de ella. Conservar mi capacidad de encontrar magia en lo cotidiano, seguir cuidándome como una adulta y asombrándome como una niña. 

Quiero dejar a las cosas estar y a las personas ser y al tiempo correr y al amor ocupar cada espacio, cada grieta de mi vida.

Seguir así sin pedir mucho, pero amando todo.

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El año en que me desperté con el sonido de mi propia risa

i am running into a new year
and i beg what i love and

i leave to forgive me

—Lucille Clifton

I
Una pequeña bestia sedienta

Ni siquiera sé por dónde empezar a agarrar este año. Está hecho de una sustancia elástica y resbaladiza que me impide sostenerlo en mis manos. A pesar de mis intentos, se escurre entre mis dedos y cae desparramado por el suelo. Este año se niega a ser definido para seguir expandiéndose a lo largo y ancho de mi vida, tiñéndola de lecciones y revelaciones. Me rindo. Lo dejo estar.

Este año rascó mi superficie hasta revelar a una pequeña bestia sedienta, temerosa de beber esa única cosa capaz de salvarle la vida.

II
La memoria de aquello

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

—Alejandra Pizarnik

¿Es posible tener miedo de algo que ya pasó?

No temer que vuelva a suceder, sino asustarse de la cosa en sí misma. Eso que pasó y ya está detrás de ti. La memoria de aquello.

Supongamos que hoy me siento valiente y estoy dispuesto a llamar la cosa por su nombre.

Supongamos que escribo la palabra «trauma».

Y supongamos que, en un intento de entender si tengo miedo de la palabra en sí o de su significado, la busco en el diccionario y encuentro esto:

trauma
(sustantivo)

  1. Conmoción y dolor emocional severo causado por una experiencia extremadamente perturbadora.
  2. Choque severo causado por una lesión.

Una vez leí que cuando un animal está gravemente herido, se esconde del mundo y duerme. Me tomó un tiempo darme cuenta de que mi cuerpo adulto era el refugio donde dormía la bestia de mi infancia.

Ahora trato de despertarla con ternura, susurrarle que hemos llegado a un lugar seguro.

Nombrar el trauma es revelar el truco del mago en medio de su acto. Una vez empecé a ver las cartas marcadas, los dados cargados y el doble fondo del sombrero, mi cicatriz se volvió tan suave como la cola de un conejo. He dejado de confundir ilusionismo barato con magia. Me despojé de mi autoengaño y ya no puedo engañar a nadie más.

III
Hasta la raíz

Estas fueron sus palabras exactas: «Lo importante para ti es enraizarte, sentirte sostenida por la Madre Tierra, conectada a su vez por la luz del cielo. Estas dos energías convergen en ti al tiempo».

He dedicado largos ratos al ejercicio de visualizar raíces que salen desde la base de mi columna vertebral hasta el centro mismo del planeta. Todo para intentar transmutar esa cuestión, ese dolor pequeño y robusto latiendo dentro de mi pecho como un guisante seco: Si echo raíces, ¿cómo podré escapar?

Quería ver al dorso de la vida para conocer todas las respuestas, pero a todas mis preguntas solo les precedía un silencio incómodo. En ese silencio me encontré.

Estoy lista para ver crecer mi vida, para cuidar de mí y de todo lo que hay en ella. Una vida como un jardín. Un jardín en el cual quedarme, protegida desde la punta del cielo hasta lo más profundo de la raíz.

IV
El sonido de mi propia risa

A veces algo me hace reír tanto mientras duermo, que el sonido de mi propia risa me despierta en medio de la noche.

V
Casi todo es prescindible

He estado pensando en mis libros. Los que están guardados en cajas de cartón, al otro lado del océano, en una habitación cualquiera de la casa de mami. Cómo he tenido que dejarlos atrás, esos objetos que tanto amo, a los que tanto significado les he atribuido desde siempre.

La idea de mis libros convirtiéndose en hogar de ácaros y polillas me recuerda que casi todo es prescindible. Puedo despertarme un día cualquiera y elegir con qué me quedo y qué dejaré atrás.

Abrí puertas y ventanas. Cerré los ojos y susurré a todo cuanto amo «si así lo deseas, vete». Cuando volví a abrirlos, lo que me amaba seguía allí.

VI
Una mancha plateada y borrosa

Escribir sobre el amor es como fotografiar la luna. Sabemos que su majestuosidad no admite réplicas y aún así insistimos en sacar el celular del bolsillo, hacer la foto. Del mismo modo tonto, año tras año me aventuro a intentar explicar el amor, que es lo que intuyo que hago cada vez que me siento a escribir.

Y cuando hablo del amor, me refiero al universo. Y cuando digo «universo», no me excluyo.

¿Seré capaz algún día de desentrañar tanto infinito?

Probablemente no.

Esta tarea de intentar contar el mundo —contar mi mundo— no tiene fin, pero si lo tuviera quizás ni siquiera habría empezado. Tampoco pienso en la muerte para poder vivir tranquila.

Este año me rompió el corazón y también me lo curó. Se me ha desarmado el alma tantas veces que ya sé reconstruirla con los ojos cerrados. Estoy exhausta y, sin embargo, aquí estoy. Se puede decir que hasta contenta, esperanzada.

En medio de una realidad tan agotadora, tan desgastante, aquí estamos.

Las rodillas nos tiemblan, pero aquí estamos.

No estoy segura de si esto es una suerte o una desgracia, pero es lo que es y elijo verlo como algo bellísimo. Permitamos que estar sea suficiente. Seguir aquí y nada más. Que solo eso sea la magia.

Mira esta mancha plateada y borrosa, es la luna. Agarra este puñado de palabras torpes, son todo mi amor.

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Puntos de no retorno

Las palabras no son conjuros. Sirven para nombrar la tristeza, pero no la curan. Puedo sentarme a narrar cómo algo o alguien está roto, pero contarlo no lo arregla. Sin embargo, escribirlo es reconocer que el daño existe. Entonces, aunque no es un hechizo, me gusta pensar que algo de magia guarda.

Esto es, que intentaba encontrar la palabra exacta para tirar de ella como un hilo y descoserlo todo. Igual que cuando era niña y desatornillé un radio para liberar a los mini músicos que imaginaba atrapados dentro, tocando todas las canciones.

Deseaba
regresar
al
centro,

desdoblar mis pasos hasta determinar cuál fue el punto de no retorno, como el día que preferí quedarme sin música a seguir bailando en la ignorancia o cuando decidí que era peor quedarme para siempre a irme sin poder regresar jamás.

¿Cuál duele más, la picadura del insecto o el veneno?

Si alguna vez te has quemado la piel sabrás lo que digo, que aunque hayas sacado la mano del fuego todavía sientes que arde. Supongo que hay momentos en la vida que son como un incendio y la única forma de ponernos a salvo es dejar que todo se convierta en cenizas.

Alguien me explicó que a nuestro niño interior hay que cuidarlo, que me hablara a mí misma como cuando era pequeña, utilizando incluso el apodo que me decían. Entonces me digo algo como “Gusanita, soy una adulta ahora y soy capaz de cuidar de ti.” Y me siento tan ridícula diciéndomelo, pero lo hago de todas formas. Creo que me aligera un poco el pasado, ese que no disfruto ver ni en fotos y que nunca me ha generado ningún tipo de nostalgia.

¿Qué es peor, morir envenenado o vivir con los efectos secundarios del antídoto?

Es algo así como el veterano de guerra que sigue con miedo a que estalle una bomba, aun cuando hace rato que está seguro y en casa. Dicen que es mejor un final espantoso que un espanto sin fin, pero a veces cuesta acostumbrarse a que hayan flores en lugar de discusiones en el centro de la mesa.

Me pregunto si alguien también les habrá hablado de su niño interior a los antiguos soldados, si acaso solo los que vuelven de una batalla viven temerosos de que explote lo peor, incluso cuando están a salvo, pese a que todas las coordenadas sean puntos de no retorno y ya cuando todo, por fin, está en paz.

 

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El lugar más suave del universo

the kind of love that loves a writer 
when they cannot write.
—Nayyirah Waheed

 

Cuando le conté que el 2015 pasará a la historia como el año en que menos escribí, me corrigió diciendo que este será el año en el que menos publiqué, porque siempre estoy escribiendo, incluso cuando no escribo. Me habló acerca de cómo me la paso trazando palabras bajo su piel, sobre cómo nuestras conversaciones tenían poco que envidiarle a la poesía.

Pero ese ni siquiera era el asunto. El tema es que el silencio era mi declaración, que después de tantos entierros, luego de presenciar ese desfile de gente muriéndose, yéndose o quedándose allí donde ya no estoy, lo único que me apetecía era alejarme del ruido…

Apretar los puños y también los labios.

Designar un espacio de calma donde velar a mis muertos.

Dejar que el tiempo los descomponga a ellos, me recomponga a mí.

Presentar como ofrenda ante un altar a ese amor estropeado por cobarde, a quienes mi afecto no pudo salvar y a la vida que no elegí.

Permitir que esa sustancia maleable de la que están hechas todas las almas se contraiga, se expanda, se apacigüe, acepte; para salir del campo de batalla con la única victoria que (me) importa: conservar mi corazón tan blando como el lugar más suave del universo.

Cuando acordamos que el 2015 pasará a la historia como el año en que menos publiqué, recorrí con mi dedo su espalda y firmé con tinta invisible: “Aquí he sido feliz”. He sido, en pasado. Como se habla de aquellos lugares a los que ya no añoramos volver.

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El universo tiene la manía de sacudirse con rabia justo cuando todo está en calma

Insanity is a very tempting path for artists,
but we don’t need any more of that in the world at the moment, 
so please resist your call to insanity.
—Elizabeth Gilbert

 

Recuerdo que sucedió a principios de 2012. Estaba en el quinto sueño abrazando a las ovejas cuando me desperté al sentir que mi cama se tambaleaba. Era un temblor de tierra. De esta manera funciona el cosmos. El universo tiene la manía de sacudirse con rabia justo cuando todo está en calma. Y cuando menos te lo esperas siempre resulta ser el momento perfecto. 


Fue así como ayer me encontré sentada con las manos sobre las rodillas, hiperventilando e incapaz de localizar en mi interior algún motivo, por pequeño que fuese, para vivir.

Porque, claro, en lugar de preocuparme por las rebajas de verano, me dediqué a intentar buscarle un sentido a la vida. Yo, sentada en el salón de mi casa. Cuando Mahoma se fue a la montaña, Jesucristo al desierto y Buda a mendigar por las calles para encontrarlo.

El sentido de la vida (y sobre todo la falta de sentido de la vida) es una cuestión que me sobrepasa en tamaño y fuerzas. Ninguna resolución que mi cabeza consigue generar me satisface. Las cosas que la gente se dice a sí misma para sentirse mejor, a mí me saben a mierda. Porque estoy consciente de que nadie es imprescindible en la vida de nadie y porque el mundo va a seguir girando yo publique o no mis libros, yo alcance o no mis insignificantes sueños. Esa es una verdad innegable, y su peso me cayó tan fuerte que por más que respiraba, el aire no encontraba el camino hacia mis pulmones.

El suelo tiende a desvanecerse cuando crees que has llegado a tierra firme. Justo el día en que alguien me dijo «estoy enamorada de tu vida», me vi de pie frente al umbral de algún tipo de desequilibrio mental. Pero no me pienso dejar joder. Cerré esa puerta y estoy corriendo con todas mis fuerzas en dirección contraria.

Si repites una y otra vez la misma palabra, ésta pierde todo su significado. Llega un momento en el que sólo escuchas un ruido extraño carente de sentido. A lo mejor sucede lo mismo con nuestra existencia y de tanto intentar encontrarle un propósito, el propósito se nos escapa. Se convierte en una sustancia amorfa y vulgar.

Anoche también me pasó algo curioso. Una desconocida me envió un mensaje por error, confundiendo mi número con el de una amiga. Era un párrafo en el que, entre otras cosas, le pedía que orara por alguien. Le contesté que se había equivocado de contacto, pero que de todos modos tendría pendiente a esa persona en mis oraciones. Cuando me agradeció el gesto, me sorprendí a mí misma diciéndole: «si no estamos en el mundo para ayudar a los demás, no sé para qué estamos».

Y aquí estoy. En el mundo. En el mismo que habitan los conejos, los perritos y el agua salada de los océanos. El que mueve el amor y donde, para bien o para mal, nos necesitamos los unos a los otros.

El mundo que me llena de preguntas sin ofrecerme la más mínima respuesta.

Pero mientras siga sonando la música, hay que bailar.