La muerte es tan inmensa, tan definitiva e irremediable que no sé ni por dónde empezar a engullirla. Supongo que hay una parte de la existencia que uno prefiere no mirar porque no entiende. Me parece el mayor de los misterios eso de que en un momento dado existes y luego existes en otra parte; o lo que es peor, existes y luego dejas de existir.
Tantos años buscando el valor de x en ecuaciones de todos los grados y nadie te enseña qué cosas decirle al oído a alguien que está muriendo, o cómo sostenerle la mirada sin que se entere de que también tienes miedo. No te adiestran en cosas tan elementales como cuánta presión aplicar con tus labios sobre su frente ni cómo sujetar sus manos entre las tuyas sin que te tiemblen.
Ninguna persona te enseña, pero cuando el tiempo apremia y no hay nadie más allí que pueda hacerlo por ti, las palabras y las caricias te fluyen como si unos hilos invisibles tiraran de tus músculos de trapo.
Esto es todo cuanto sé ahora: uno siempre sabe qué hacer. Por defecto, el amor es la respuesta que le damos a la mayoría de las preguntas.
La pregunta que martilleaba mi cabeza entonces, era what the fuck?
What the fuck?
What the fuck?
What the fuck?
Cuando tío murió dejó un vacío en mi familia, que es mi mundo. Verlo morir dejó ardiendo en mi conciencia la noción de que nuestra historia es un microrrelato apenas.
Lo triste es notar la ausencia y ver cómo la vida, impasible, sigue su curso. Volver al trabajo y a los bares, esperar la luz verde en los semáforos, tomarse el café como cada mañana porque el mundo continúa girando no importa qué, no importa quién.