corazón

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El año en que volvió el amor

I
Una casa propia

“I can live alone and I love to work”. A house of my own fue el primer libro que leí este año y de ahí saqué el breve mantra que resume a la perfección estos últimos meses: Puedo vivir sola y amo trabajar.

Cuando estaba buscando apartamento ninguno me invitaba a quedarme. Demasiada caoba. Demasiado tránsito en la calle, demasiado lejos de mi trabajo, demasiado caro, demasiadas habitaciones. Demasiado e insuficiente al mismo tiempo.

Ahora miro a mi alrededor y me siento afortunada de poder llamar a este rinconcito mi casa. Mi zona segura en el mundo, mi santuario, donde empiezan y terminan mis días. Este es el punto exacto que marcó una nueva etapa de mi vida adulta, donde descubrí que soy la mujer que cuando era niña me prometí ser.

Para mí era tan importante salir del hogar materno por mis propios pies. Sin velo ni corona. Sin ayuda de un marido ni de nadie porque qué muera el patriarcado, y sin embargo, de todos necesité algo.

Necesité de mi hermano, de mis amigos, de mi familia. Necesité de un Poder Superior para que me guiara, del universo que sabía que el apartamento que yo andaba buscando me andaba buscando a mí para que yo lo habitara. Necesité de mis amigos que viven cerca y de los que viven tan lejos que se despiertan cuando me voy a dormir. Necesité abrazos, cervezas, todo el cariño, todo el apoyo. Por mis propios pies, sí. Pero no por mis propias fuerzas.

Qué bonito fue extender los brazos y encontrar tantas manos sosteniéndome, tanta gente a la cual decirle “mi casa es tu casa”. Gente que me ensucie las copas, que me arrugue los cojines, que me llene la sala de humo y la boca de risas. Gente que me seque las lágrimas.

Este es mi lugar. Aquí están mis libros favoritos, algunos dibujos que hice mientras estudiaba en la universidad, recuerdos de mis viajes. Están mis velas aromáticas, mis ácaros, mis grietas, mis mosquitos.

Están las flores blancas en un jarrón sobre la mesa. Pienso en Salvador, a quien se las compré afuera del supermercado y me prometió enseñarme a arreglar mis propios ramos la próxima vez.  Él dice que estoy lista para hacer algo más que combinar las flores que más me gustan y yo le creo. “Es un arte”, me dice, “y tú eres una artista. Las mismas flores se te van acomodando solas”. Es como la vida, supongo, que va cayendo de a poco en su sitio.

II
Cinco palabras

La mañana después de cumplir mis 27 años llegué llorando a la oficina. Sin ni siquiera saber lo que me estaba pasando, alguien me miró a los ojos y me dijo “tú te mereces lo mejor”.

Le creí.

III
Dime cuán roto estás y te diré cuánto puedo amarte

El primer amanecer del 2017 me encontró agarrada de manos con un casi-extraño. Todavía no alcanzo a entender qué fue lo que pasó ahí, pero él y yo empezamos a actuar como si fuéramos nosotros desde que entramos a un party en el que poca gente nos conocía.

Ahí estaba yo. Sin ganas de aclarar que no éramos nada cuando se referían a él como mi novio. Yo, que me cuido tanto de que no tomen nota de cuántas veces amé, para que luego tampoco quede rastro de cuántas veces fui incapaz de retener al amor. Había que verme.

Cuando salió el sol nos devolvimos nuestras manos y no supe más de él, pero lo tomé como una señal. Entendí que este sería el año en que volvería el amor y este fue el año en que el amor volvió.

El amor sigue siendo amor aunque la relación no dure.

Es que se hizo insostenible. El amor se volvió una casa en llamas. En principio me senté a su lado como quien decide que el infierno es su tipo de paraíso. Pero después, coño, nos estamos quemando. Vámonos, amor.  Vámonos de aquí.

Y el amor se fue, pero no conmigo.

Dejé de jugar al dime cuán roto estás y te diré cuánto puedo amarte. Entonces aprendí que amar también es esto, que amarse a uno mismo todavía cuenta como amor.

IV
Todo se me hace inmenso

Cada noche yendo a la cama con uno distinto: Murakami, Cisneros, Lahiri. Apilados en mi mesita de noche a un brazo de distancia, suplicando ¡elígeme a mí! ¡elígeme a mí! (Como yo en secreto le suplicaba a él).

Esto de estar sola a veces se me parece demasiado a la soledad. La casa, la cama, la ducha, las botellas de vino, la vida… Todo se me hace inmenso, todo me alcanza para dos.

Sé que para tener compañía basta con un mensaje o una llamada, de esos pendejísimos “para saber de ti”, como quien no quiere nada de nada, ninguna cosa.

Me estiro, como para ocupar más espacio, y me lo pienso mejor: Más vale poder tirarse un peo tranquila que mal acompañada.

A veces eso vale muchísimo más.

V
Mágico

Este año ha sido tan difícil como importante, ha exigido todo de mí. Me ha costado un montón ser adulta.

Rechacé grandes ofertas. Terminé mi relación con un hombre que adoraba. Llamé dos veces al 911, temí por la vida de alguien que amo. Acompañé a mis amigos a tomar ansiolíticos, a enfrentar divorcios, a poner denuncias por abuso, a enterrar a sus padres, a enterrar a sus hijos.

Entendí por qué dicen que la salud y el amor son lo más importante. Lo demás se consigue fácil, hasta llega solo.

Qué año de mierda. Qué año tan mágico, también. Que nos ha sacado el aire, pero aquí nos ha dejado, respirando. En medio de tantas pérdidas, aún nos tenemos los unos a los otros. Veo infinita belleza en esto. Queda tanto por qué dar gracias.

A pesar de todo, incluso gracias a todo, avancé. No estoy donde esperaba, pero sí en otra parte.

Y estoy convencida de que este es un mejor lugar.

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Impermeable

«Here’s to the hearts that ache,
here’s to the mess we make.»

 

Poco me importa que pienses que el enamoramiento es la fórmula infalible para joderse. Ya no me enamoro con la ingenuidad de quien confunde una planta de plástico con una natural. Las reales son más hermosas aunque se me marchiten.

Que nadie me diga que amar así solo existe en la poesía cuando he visto a la vida misma tejerse en forma de poema. No fijes la vista en mis temores, no pases por alto que cada vez que dije tengo miedo di un paso hacia adelante hasta llegar aquí.

¿Sabes cuánto amor nos cabe en el presente?

¿Tienes idea de cuánto más podemos existir hasta que el futuro se transforme en el ahora?

Dime tú, si sabes, qué tanto tengo que esperar para volver a abrazarte como se estrecha entre los brazos a un hombre de sangre, hueso y carne, en lugar de apretujarte con las manos temblorosas de quien sabe que sostiene una bomba de tiempo.

Me pides paciencia y espero. Busco en la profundidad de mi tristeza la mejor versión de mí como quien tira un balde al fondo del pozo para dar de beber a la criatura más sedienta del desierto. Dejo que me bebas, pero sorbo a sorbo el corazón se me desgasta. Me he convertido en agua y ya no me ves más.

Me disuelvo y mi amor es un océano capaz de sumergir en él todo lo que toca. Mas no confundas océano con cielo para disparar o con arena para pisotear. No esperes de mi amor constante calma ante tu tempestad.

Mi amor es el oleaje que se expande y se contrae en intentos locos de alcanzarte. Mi amor es fuerte, testarudo, vasto. Mi amor se despliega ante ti inconmensurable. Se desborda.

Mira, tanto horizonte. Tanto mar a una orilla de distancia y tú incapaz de mojarte siquiera las puntitas de los pies. Tanto mar que contemplas de reojo, lamiendo tu corazón malherido e impermeable, sacudiéndote la tentación del bramido de las olas que te susurran lo mismo una y otra vez: ven, zambúllete.

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El lugar más suave del universo

the kind of love that loves a writer 
when they cannot write.
—Nayyirah Waheed

 

Cuando le conté que el 2015 pasará a la historia como el año en que menos escribí, me corrigió diciendo que este será el año en el que menos publiqué, porque siempre estoy escribiendo, incluso cuando no escribo. Me habló acerca de cómo me la paso trazando palabras bajo su piel, sobre cómo nuestras conversaciones tenían poco que envidiarle a la poesía.

Pero ese ni siquiera era el asunto. El tema es que el silencio era mi declaración, que después de tantos entierros, luego de presenciar ese desfile de gente muriéndose, yéndose o quedándose allí donde ya no estoy, lo único que me apetecía era alejarme del ruido…

Apretar los puños y también los labios.

Designar un espacio de calma donde velar a mis muertos.

Dejar que el tiempo los descomponga a ellos, me recomponga a mí.

Presentar como ofrenda ante un altar a ese amor estropeado por cobarde, a quienes mi afecto no pudo salvar y a la vida que no elegí.

Permitir que esa sustancia maleable de la que están hechas todas las almas se contraiga, se expanda, se apacigüe, acepte; para salir del campo de batalla con la única victoria que (me) importa: conservar mi corazón tan blando como el lugar más suave del universo.

Cuando acordamos que el 2015 pasará a la historia como el año en que menos publiqué, recorrí con mi dedo su espalda y firmé con tinta invisible: “Aquí he sido feliz”. He sido, en pasado. Como se habla de aquellos lugares a los que ya no añoramos volver.

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El cariño tiene un lenguaje bastante simple

Pero el amor, esa palabra…

— Julio Cortázar

 

 Empecé a tomar café el mismo año en que aprendí a leer y a escribir. Una de esas tardes de verano mi abuelo y yo instauramos una pequeña tradición entre los dos: Cada vez que llegaba la hora del café, él tomaba el platillo sobre el cual reposaba su taza, vertía una pequeña cantidad de líquido en él, lo soplaba lo suficiente como para que el calor no me quemara los labios y, finalmente, me lo daba a beber.

Últimamente he estado atrapada en ese instante de complicidad que compartíamos. Pienso en esa niña bebiendo de un plato, y también en lo absurdo de la situación. Pienso en cómo construimos nuestros mejores recuerdos sin darnos cuenta, en la sencillez de ese gesto y en la belleza de su significado.

El cariño tiene un lenguaje bastante simple, en serio. Llegado el momento todos sabemos hablarlo con fluidez. Estamos codificados para extender nuestras manos en dirección al platillo y sorber hasta la última gota.

Este año he tenido que redefinir el amor unas cuantas veces. He tenido que replantearme lo que estoy dispuesta a aceptar por amor, a soltar por amor, a dejar de hacer por amor, a decir por amor.

Me he visto forzada a reconocer que así como el amor es el amor, la realidad es la realidad y se lo traga. No importa cuán inmenso.

Y sin embargo, aquí estoy. Aunque lo que tenga para ofrecer sea tan poca cosa y tan disparatado como darle café en un plato a un niño. Porque en ocasiones sólo un poco es todo lo que uno necesita.

Confío en que cuando se trata del corazón hablamos el mismo idioma. Sé que esa vieja costumbre era la forma de mi abuelo decirme que me amaba. Sabes que a veces mandar un chiste por WhatsApp es mi forma de decir todavía pienso en ti.

 

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Estoy en el mundo de las estrellas fugaces

«¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos.
Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta
estuvieron en las entrañas de una estrella.
Somos polvo de estrellas.»

 

Creo que me han apasionado las estrellas desde el instante mismo en que descubrí que existían y que pendían del firmamento todas las noches. No olvido la primera vez que vi una estrella fugaz. Era diciembre, hacía frío y yo aprovechaba que me hallaba fuera de la ciudad para escudriñar el cielo nocturno. Me encontraba perdida en el tintinear de esas lucecitas, cuando vi a una de ellas moverse. Recuerdo haber corrido alarmada adonde mi papá para decirle que vi una estrella cayéndose y que él, lleno de calma, me explicó todo el asunto de las estrellas fugaces. También me dijo que pidiera un deseo.
Desde aquella época me detengo a pensar cada cierto tiempo en la inmensidad del universo. En que nadie sabe dónde empieza ni dónde acaba; y que, según la teoría del Big Bang, todo esto sigue expandiéndose constantemente como las llamaradas de una explosión.

in
fi
ni
to

¿De verdad en cuatro sílabas cabe un significado tan grande?

No puedo ahuyentar la idea de que si el universo es infinito, entonces alberga infinitas posibilidades. Y se me hace imposible cerrarme a lo inexplicable, a lo improbable, a lo mágico. Es decir, en el infinito hay espacio para todo. Entonces rompo a caminar con el corazón abierto para poder recibir todo lo hermoso, aunque sé que corro el riesgo de que se cuele una que otra cosa horrible también. Cerrarse al horror es cerrarse a la belleza, y ese es el precio a pagar para saborear la magia de esta vida.

Sin embargo, empiezo a entender que estar aquí se trata de aferrarme a lo bueno, de no doblegarme, de jamás atreverme a abandonar la dulzura ni dejar de ver la bondad con estos ojos tan grandes. Es tejer un alma compasiva con hilos de lágrimas, conseguir pelear con los monstruos sin convertirme en uno, lograr caminar entre la mierda sin embarrarme, y continuar amando a este mundo y las personas incluso (especialmente) las partes difíciles de amar.

Continuar amando porque sí, como el más exquisito de los placeres.

Porque estoy en el mundo de las estrellas fugaces, y si el universo es infinito,

mi corazón también lo es.