confiar

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El año en que aprendí a confiar

Sometimes your only available transportation
is a leap of faith.
—Margaret Shepard

 

I

En mi último día en España tuve que arrastrar un año entero de maletas por Madrid. El peso era mucho más de lo que este cuerpecito flaco puede cargar durante un recorrido subterráneo que incluía dos cambios de tren en unas estaciones repletas de escaleras y carentes de ascensores. Pero parecíamos invisibles, mis maletas y yo. Excepto cuando íbamos en el vagón y era imposible que nos ignoraran.

«En todas partes pone que en el metro está prohibido cargar con maletas y como quiera lo hacen», oí decir a una carajita que obviamente no estaba en el proceso de mudarse a otro continente.

¡Como si yo estuviese allí cargando todas esas porquerías por gusto! Por amor al arte. Para que el chofer de mi limusina se tomase la tarde libre.

En la última escalera de la última estación me di cuenta de que humanamente ya no podía más. Con los hombros, la frente y la moral abajo, pedí (supliqué) por intervención divina.

«¿Necesita ayuda?», me dijo un sacerdote.

¡Un sacerdote!

Por si acaso me cabía alguna duda de que fue Dios mismo quien respondió a mi oración.

II
«Si me conviene, que se me dé», pensé.
Y se nos dio.

 

III

Mi ritual para iniciar un nuevo año va más o menos así: Regalar cosas viejas para hacerle espacio a cosas nuevas. Limpiar mi habitación. Arreglarme de pies a cabeza. Estrenar ropa interior que caiga bajo mi propia categoría de «sexy». Anotar mis resoluciones. Decirles a las personas que han sido importantes para mí durante el año lo importantes que han sido y por qué.

Esta vez, dentro de todo el guay-mi-mai de pa’ dónde es la fiesta, pa’ dónde vamos y qué haremos para iniciar el año, empecé a cuestionarme lo siguiente:

¿Cuál es el afán de hacer del 31 de diciembre una noche loca?

Total, que si el año va a ser una mierda, va a ser una mierda.
Y viceversa.

Da igual, la pasaremos bien igual.

El año llegará igual y traerá consigo lo que va a traer.

365 días de magia.

IV
En la vida uno toma decisiones que jamás sabrá si han sido las decisiones más inteligentes. En mi caso, regresar cuando regresé me parecía una de ésas.Justo al día siguiente llamaron a casa.

Siempre he pensado que cuando alguien llama para dar malas noticias el teléfono suena de manera distinta, como si en lugar del típico ring ring sonase una marcha fúnebre.

Leí por ahí que cuando una persona se enferma de cáncer, es como si todos sus seres queridos se enfermasen también.

Entonces, en medio de nuestra lucha, le recuerdo que hay que vivir un día a la vez, que nada de esto está supuesto a ser fácil, que a la hora de la verdad ni siquiera el que está sano sabe las bocanadas de aire que le quedan.

Y de paso me lo recuerdo a mí misma. Que no sé, que no tengo que saber.

«¡Qué bueno que estás aquí!», me dijo.

Qué bueno que estoy aquí.

 

V
Figúrate esto: 31 de diciembre del 2013 en una de nuestras ciudades favoritas del mundo. Violeta y yo buscábamos a Jean Mitchell entre la multitud. Faltaban apenas minutos para la medianoche y entendimos, a nuestro pesar, que era imposible encontrarlo antes de que terminara el año.
Nos abríamos paso entre la muchedumbre y Violeta dudaba de si encontraríamos espacio para acomodarnos más adelante. «Sigue avanzando.», le dije, «Confía».
Al pronunciar esas palabras, alguien me tomó del brazo y me repitió fuerte al oído «¡CONFÍA!»

Ese alguien era Jean Mitchell.

Así fue como el 2014 nos encontró a los tres de la misma forma en la que nos ha dejado: juntos.

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Momentos en que todo fluye

Instructions for living a life:
Pay attention.
Be astonished.
Tell about it.

–Mary Oliver

Cuando salgo de casa (siempre tarde, siempre con mi impuntualidad entorpeciéndome los pasos) y enciendo mi carrito rojo para ir al trabajo, me cercioro de que buena música me acompañe en el trayecto. Y voy muy seria, a veces. Y otras veces ando cantando, aplaudiendo, bailando y montando todo un espectáculo en los semáforos.

También hay mañanas en las que se hace el silencio, en que permito que sean las voces de mi cabeza quienes me vayan narrando historias durante el camino. Entonces me estremece el mundo y lo dejo asentarse aquí en mi alma: le hago morisquetas a los niños por la ventanilla, saludo al señor que siempre está pidiendo limosna en la 27, le sonrío al guardia que casi a diario me dice que voy siempre tan linda y elegante, flaca; noto que el tiempo corre a la velocidad justa y los flamboyanes de Gazcue se encienden en amapolas.

Llegan días en que el corazón descansa, en que alguien me habla desde tempranito y se la pasa sacándome sonrisas hasta que se acuesta el sol, en que la ciudad de Santo Domingo me trata con tal clemencia que hasta los limpia vidrios entienden mi negativa y se abstienen de salpicarme el vidrio del carro con sus esponjas enchumbadas de agua sucia.

Hay momentos en que todo fluye, no jodas. En que confiar me sale tan barato, tan dulce…

Tan fácil.