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El cariño tiene un lenguaje bastante simple

Pero el amor, esa palabra…

— Julio Cortázar

 

 Empecé a tomar café el mismo año en que aprendí a leer y a escribir. Una de esas tardes de verano mi abuelo y yo instauramos una pequeña tradición entre los dos: Cada vez que llegaba la hora del café, él tomaba el platillo sobre el cual reposaba su taza, vertía una pequeña cantidad de líquido en él, lo soplaba lo suficiente como para que el calor no me quemara los labios y, finalmente, me lo daba a beber.

Últimamente he estado atrapada en ese instante de complicidad que compartíamos. Pienso en esa niña bebiendo de un plato, y también en lo absurdo de la situación. Pienso en cómo construimos nuestros mejores recuerdos sin darnos cuenta, en la sencillez de ese gesto y en la belleza de su significado.

El cariño tiene un lenguaje bastante simple, en serio. Llegado el momento todos sabemos hablarlo con fluidez. Estamos codificados para extender nuestras manos en dirección al platillo y sorber hasta la última gota.

Este año he tenido que redefinir el amor unas cuantas veces. He tenido que replantearme lo que estoy dispuesta a aceptar por amor, a soltar por amor, a dejar de hacer por amor, a decir por amor.

Me he visto forzada a reconocer que así como el amor es el amor, la realidad es la realidad y se lo traga. No importa cuán inmenso.

Y sin embargo, aquí estoy. Aunque lo que tenga para ofrecer sea tan poca cosa y tan disparatado como darle café en un plato a un niño. Porque en ocasiones sólo un poco es todo lo que uno necesita.

Confío en que cuando se trata del corazón hablamos el mismo idioma. Sé que esa vieja costumbre era la forma de mi abuelo decirme que me amaba. Sabes que a veces mandar un chiste por WhatsApp es mi forma de decir todavía pienso en ti.

 

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El tiempo es el talón de Aquiles de todos los seres mortales

Inspeccionaba mi figura frente al espejo desde todos los ángulos posibles antes de decidir que me veía lo suficientemente decentica para salir al mundo. Fue justo mientras observaba ese vacío existencial que se forma en todos mis pantalones (el que intenta llenar sin éxito alguno mi pequeño traserito), cuando puedo jurar que te escuché preguntarme, con la misma jocosidad de siempre: «¿Falta nalga o sobra tela?»

Y te dediqué una sonrisa, aunque supiera que no estabas ahí. Aunque tu voz se esfumara, y con ella el recuerdo.

«Sobra tela», solía responderte ,«¡y un día voy a vender toda la tela que me sobra y me haré millonaria!»

Entonces estallabas en risas, me abrazabas y le decías a quien sea que estuviese presente que cuando yo creciera me convertiría en una mujer hermosa y elegante. «¡Esta va a ser la más linda!», anunciabas.

Sospecho que en el fondo sabías, que lo leías clarito a través de mis pupilas: no me sentía suficiente. Pero de tú tanto repetir que yo sería tal o cual cosa, que a mí solo había que darme tiempo… empecé a creerme que eventualmente crecería hasta dar la talla.

Lo que no entendí hasta hace poco es el hecho de que si reconociste todas esas virtudes era porque ya estaban en mí. Era tan suficiente en aquel entonces como lo sigo siendo ahora.

Sin embargo, el tiempo es el talón de Aquiles de todos los seres mortales. Y no me dio el chance de contarte estas cosas, te aseguro que en su momento no me permitió entenderlas siquiera. Uno vive al margen del tiempo. Uno cree que tendrá la oportunidad de agradecer, de decirle al otro todas las formas en que su tacto nos ha marcado, confesarle la manera en que cualquier gesto de amor se nos anidó en el alma.

Mas sé que cuando los días pasan no consiguen llevarse todo, siempre algo nos dejan.

Después de tantos años le sigue sobrando tela a mis pantalones.
Y también le sigues faltando tanto a este corazón.