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Impermeable

«Here’s to the hearts that ache,
here’s to the mess we make.»

 

Poco me importa que pienses que el enamoramiento es la fórmula infalible para joderse. Ya no me enamoro con la ingenuidad de quien confunde una planta de plástico con una natural. Las reales son más hermosas aunque se me marchiten.

Que nadie me diga que amar así solo existe en la poesía cuando he visto a la vida misma tejerse en forma de poema. No fijes la vista en mis temores, no pases por alto que cada vez que dije tengo miedo di un paso hacia adelante hasta llegar aquí.

¿Sabes cuánto amor nos cabe en el presente?

¿Tienes idea de cuánto más podemos existir hasta que el futuro se transforme en el ahora?

Dime tú, si sabes, qué tanto tengo que esperar para volver a abrazarte como se estrecha entre los brazos a un hombre de sangre, hueso y carne, en lugar de apretujarte con las manos temblorosas de quien sabe que sostiene una bomba de tiempo.

Me pides paciencia y espero. Busco en la profundidad de mi tristeza la mejor versión de mí como quien tira un balde al fondo del pozo para dar de beber a la criatura más sedienta del desierto. Dejo que me bebas, pero sorbo a sorbo el corazón se me desgasta. Me he convertido en agua y ya no me ves más.

Me disuelvo y mi amor es un océano capaz de sumergir en él todo lo que toca. Mas no confundas océano con cielo para disparar o con arena para pisotear. No esperes de mi amor constante calma ante tu tempestad.

Mi amor es el oleaje que se expande y se contrae en intentos locos de alcanzarte. Mi amor es fuerte, testarudo, vasto. Mi amor se despliega ante ti inconmensurable. Se desborda.

Mira, tanto horizonte. Tanto mar a una orilla de distancia y tú incapaz de mojarte siquiera las puntitas de los pies. Tanto mar que contemplas de reojo, lamiendo tu corazón malherido e impermeable, sacudiéndote la tentación del bramido de las olas que te susurran lo mismo una y otra vez: ven, zambúllete.

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Mirarse bajo todas las luces

‘i love myself.’
the
quietest.
simplest.
most
powerful.
revolution.
ever.

—Nayyirah Waheed

 
¿Recuerdas la primera vez que alguien te dijo que eras sexy? No le creíste. Sexy se vestía con lencería de encaje negro y olía a perfume de diseñador. Sexy no tenía tus piernas flacas, tus pechos pequeños, tu cintura de niño. Sexy sabía exactamente cómo fingir un orgasmo al otro lado del teléfono. Sexy no se parecía a ti, o eso pensabas.

Tenías la edad en la que todavía se ignora que el secreto de Victoria es la goma espuma. La belleza tenía todos los nombres, salvo el tuyo; y “bonita” no era más que un titular amarillo en la portada de la Revista .

Es una lástima que para construir la propia imagen se necesiten tanto los ojos de los otros: Si te dicen la misma mentira una y otra vez, terminas por creértela; cuando nadie valida tu verdad, empiezas a dudar de ella.

Esto es sobre el día en que andabas descalza con los rizos al viento, una niña te dijo que te peinaras y otra respondió diciendo que cualquier cepillo se rompería en el intento. Esto es sobre sus risas. Sobre el día en que tu hermano se llenó la carita de talco para que su piel luciera más blanca. Sobre la amiga que te dijo que sin importar lo mucho que se esfuerce, nunca encajaría en el canon de belleza dominicano. Esto es sobre cómo la palabra nunca te hizo un nudo en la garganta.

Ten cuidado con la versión de la historia que te cuentan los espejos. Cuídate del hombre que quiere encontrar a otra mujer en tus labios. Cuídate de ti, de las mentiras que te tragas con la facilidad de quien se toma una aspirina. No confundas estar buena con ser buena y jamás dejes de ser.

La relación contigo misma es como tu relación con los demás, tiene sus altas y sus bajas, sus tintes encantadores y detestables.  Pero un día aprendiste a tratar con ternura tus partes difíciles de amar porque la única cosa mejor que encontrar belleza en el mundo es encontrarla bien dentro, cuando cierras los ojos. Cuestión de m
irarse bajo todas las luces y honrar el multiverso que uno encierra.

Porque esto es sobre cómo te sentiste la primera vez que te dijeron sexy, pero especialmente sobre cómo te sentiste la última vez.


¿Recuerdas la última vez


Ni siquiera tuviste que besarlo. Bastó con entrar a su cuarto y curiosear entre sus cosas, completamente vestida, después de haber pasado horas y horas entre conversaciones y risas. ¿Recuerdas el tono de su voz? ¿La manera en la que diste media vuelta y sonreíste porque sabías que sí?