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El tiempo es el talón de Aquiles de todos los seres mortales

Inspeccionaba mi figura frente al espejo desde todos los ángulos posibles antes de decidir que me veía lo suficientemente decentica para salir al mundo. Fue justo mientras observaba ese vacío existencial que se forma en todos mis pantalones (el que intenta llenar sin éxito alguno mi pequeño traserito), cuando puedo jurar que te escuché preguntarme, con la misma jocosidad de siempre: «¿Falta nalga o sobra tela?»

Y te dediqué una sonrisa, aunque supiera que no estabas ahí. Aunque tu voz se esfumara, y con ella el recuerdo.

«Sobra tela», solía responderte ,«¡y un día voy a vender toda la tela que me sobra y me haré millonaria!»

Entonces estallabas en risas, me abrazabas y le decías a quien sea que estuviese presente que cuando yo creciera me convertiría en una mujer hermosa y elegante. «¡Esta va a ser la más linda!», anunciabas.

Sospecho que en el fondo sabías, que lo leías clarito a través de mis pupilas: no me sentía suficiente. Pero de tú tanto repetir que yo sería tal o cual cosa, que a mí solo había que darme tiempo… empecé a creerme que eventualmente crecería hasta dar la talla.

Lo que no entendí hasta hace poco es el hecho de que si reconociste todas esas virtudes era porque ya estaban en mí. Era tan suficiente en aquel entonces como lo sigo siendo ahora.

Sin embargo, el tiempo es el talón de Aquiles de todos los seres mortales. Y no me dio el chance de contarte estas cosas, te aseguro que en su momento no me permitió entenderlas siquiera. Uno vive al margen del tiempo. Uno cree que tendrá la oportunidad de agradecer, de decirle al otro todas las formas en que su tacto nos ha marcado, confesarle la manera en que cualquier gesto de amor se nos anidó en el alma.

Mas sé que cuando los días pasan no consiguen llevarse todo, siempre algo nos dejan.

Después de tantos años le sigue sobrando tela a mis pantalones.
Y también le sigues faltando tanto a este corazón.

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No existe otra forma de crecer, salvo alejarse de la raíz

Es el momento de crecer sabiendo bien la raíz
y de abrazar el tallo de otra rama,
Es el momento de crecer por dentro y fuera de ti
y de entender el fuego de otra llama

(Otra forma de sentir, Pedro Guerra)

 

Me cuesta abandonarme al cambio, pero mientras permanezca rehusándome a ver el miedo a la cara no podré notar que no es tan grande como lo imagino, que lo puedo vencer de un zarpazo, que seré valiente en la medida en que siga creciendo hasta ser mayor que mis miedos.

Y crecer duele. Lo sé porque lo he sentido incontables veces, este crujir en los huesos, este tirón en el alma. Ya he aprendido que para que la mejor parte de mí nazca, otros pedacitos míos tienen que morir. Sin embargo, cada vez me entristece enterrar mis antiguas versiones, cada vez me cuesta alimentar esas partes mías que siguen siendo una niña.

No dejo de preguntarme por qué estoy obligada a agrietar el suelo que me rodea, a lastimar tanto sin quererlo, a abandonar el terreno que conozco. Y el tiempo a veces me da la respuesta, por un instante me doy cuenta que no existe otra forma de crecer, salvo alejarse de la raíz.

Crecer es también tropezar, ensuciarse los pies mientras caminas. Precisamente porque no es fácil estoy segura de que vale la pena: este andar torpe y sin gracia es con lo único que cuento para dejar mis huellas.

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Todo lo que se supone que ganas cuando pierdes

El mundo es un lugar peligroso y la única cosa
que podemos hacer por quienes amamos es amarlos.

—Efraim Medina

 

Existen cosas que no vas a entender, que te parecerán injustas porque en verdad lo son. En ocasiones no podrás ganarle a la soledad y tendrás que rendirte a sus pies. Aunque triunfaras en todas tus batallas, nunca (y necesito que sientas el peso de la palabra nunca, el absoluto infinito que encierra) saldrás ileso de ellas. Siempre te dejarán rasguños, hematomas, heridas abiertas. Esas cicatrices te surcarán la piel para marcar todas las veces que has vencido. Agradece que están ahí, porque un día te flaquearán las fuerzas y necesitarás que te recuerden lo que has ganado.

No es solo experiencia, también es coraje lo que se supone que ganas cuando pierdes. Jamás te intimides por encontrarte en el fondo del pozo, porque las mismas manos con las que ahora te secas las lágrimas, son las que en el pasado te han abierto camino hacia la superficie.

Que sepas que ser incapaz de estar feliz por alguien cuando lo ves alcanzar ese sueño que tanto te está costando no te hace mala persona. Es difícil soportar que nos llueva sobre la cabeza mientras vemos a los demás tendidos al sol. Aun así, inténtalo. La envidia es un monstruo horrible, pero también te servirá para afrontar tus carencias, para descubrir lo que sientes que te falta.

Es inútil prometerte que nunca volverás a sentir ganas de morir, pero te puedo asegurar que eres tan fuerte que no importa cuántas veces tengas que elegir entre rendirte o continuar, seguirás andando; siempre lo has hecho y esta vez no será distinta. Esto sí te lo prometo: Hay un hueco en el tiempo y el espacio hecho a tu medida exacta. Existe un vacío en algún corazón con tu contorno dibujado. Este es tu sitio. Estás aquí porque aquí es donde perteneces, donde encajas, donde el mundo te necesita.

Estos días tienen que pasar para que llegue lo que esperas. Confía en que la hora y el lugar ya están marcados, solo que no lo sabes todavía porque no estás supuesto a saberlo.

Entiende que a través de los años necesitarás perdonar y ser perdonado a cada instante. Quererte a ti mismo significa perdonarte todos los días por no llenar esa brecha que separa quien eres de quien dices ser. Quererte a ti mismo significa también perdonar a los otros, por tampoco saber llenar esa brecha que separa quien quieres que sean de quien en verdad son.

Para estar en paz tendrás que aceptar que no eres un héroe, y está bien que no lo seas: No tienes que serlo. Aun así mereces todo el amor del mundo.

Especialmente tú, que crees que no lo mereces.

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«Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.»

La poesía es lo más hermoso que jamás me ha pasado en la vida. Me gusta haber crecido alimentándome de metáforas, me enorgullece decir que devoraba los poemas de Nicolás Guillén, Becquer, Borges y Neruda mucho antes de poder entender lo que querían decir sus palabras.

Mis padres la cagaron de mil formas, pero si algo hicieron bien fue llenar mi mundo de palabras, regalarme libros, leerme poemas, y poemas, y poemas. Ya perdí la cuenta de las veces en que unos cuantos versos me han salvado de mí misma. Incluso hubo un tiempo en el cual me sentía más identificada con la palabra poeta que con mi propio nombre.

Creo firmemente en eso de que de poeta y loco, todos tenemos un poco, así es que ¡feliz día internacional de la poesía a todos!

Y para celebrar, comparto el que fue mi primer poema favorito:

Un poema de amor

No sé. Lo ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,
un tiempo enorme, enorme, enorme.

Al fin, como una rosa súbita,
repentina campánula temblando,
la noticia.
Saber de pronto
que iba a verla otra vez, que la tendría
cerca, tangible, real, como en los sueños.
¡Qué explosión contenida!
¡Qué trueno sordo
rodándome en las venas,
estallando allá arriba
bajo mi sangre, en una
nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en seguida? ¿Y la manera
de saludarnos, de manera
que nadie comprendiera
que ésa es nuestra propia manera?
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón
gritando, aullando con silenciosa voz.

Después
(ya lo sabéis desde los quince años)
ese aletear de las palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales,
entre testigos enemigos.
Todavía
un amor de «lo amo»,
de «usted», de «bien quisiera,
pero es imposible»… De «no podemos,
no, piénselo usted mejor»…
Es un amor así,
es un amor de abismo en primavera,
cortés, cordial, feliz, fatal.
La despedida, luego,
genérica,
en el turbión de los amigos.
Verla partir y amarla como nunca;
seguirla con los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aun seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso, insomnio,
veneno, éxtasis, convulsión,
suspiro, sangre, muerte…
Hecha
de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella.

(Nicolás Guillén)

Recuerdo que una noche mi papá me preguntó si sabía cuál era esa sustancia con que amasamos las estrellas… «las lágrimas», me dijo, «cuando uno llora, las luces se ven como si las estuviésemos deformando».

Las lágrimas son esa sustancia conocida con que amasamos una estrella. Después de entender esto nunca más se llora igual.

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Creo en la literatura como muchos creen en Dios

Creo en la literatura como muchos creen en Dios. Creo que la palabra es hacedora de milagros, que en ella reposa un poder creador y destructor inmensurables. Creo en el rito de escribir, de dejarse seducir por las palabras perfectas, de escoger estremecer sobre vibrar; o hacer añicos sobre destrozar. Escribir no impide que la muerte nos disuelva los pasos, pero sí le prohíbe borrar nuestras huellas.

Creo en el éxtasis que provoca encontrarse en los textos de otros autores. Creo en la dulzura de saber que desde antes de Romeo y Julieta ya se había escrito sobre amor y soledad, que nuestros males son los mismos males desde que el hombre es hombre y posó sus pies sobre la Tierra. Sé que las letras son capaces de colocar a cualquiera frente a su propia alma porque hay palabras que son criaturas de luz, y hay otras endemoniadas… como también las hay dulces, transparentes, devastadoras, cargadas de magia.

Creo en el encanto de los libreros, suelo entrar a una librería como se entra a un lugar sagrado, con la voz queda y la cabeza gacha. Adoro el peso de un libro sobre mi pecho, cargar con un pequeño universo paralelo en el fondo de la cartera y perderme en él cada vez que la tristeza me muerde el cuello, la realidad me rasguña la espalda, o la nostalgia me sopla al oído.

Creo en el perfume que emana de los libros, en la estela que dibuja mi tacto cuando acaricio la portada, en el aleteo de sus páginas amarillas, en la danza de mis pupilas mientras llenan sus símbolos de significado. Igual sé que veintiséis letras y un puñado de signos no dan abasto para describir tantos abismos: el infinito que hay si abrimos los ojos, y el infinito que enfrentamos si los cerramos.

También creo que existe gente traslúcida que llega al mundo todavía más desnuda, completamente desarmada. Seres que emanan del vientre con el alma precipitándose por los ojos, sin llegar a ocupar del todo su lugar dentro del cuerpo. Tienes que creerme porque yo he nacido así, lo juro, con ese defecto de fábrica. Y cuando esta alma tiembla de frío, solo la abrigan las palabras.