Inspeccionaba mi figura frente al espejo desde todos los ángulos posibles antes de decidir que me veía lo suficientemente decentica para salir al mundo. Fue justo mientras observaba ese vacío existencial que se forma en todos mis pantalones (el que intenta llenar sin éxito alguno mi pequeño traserito), cuando puedo jurar que te escuché preguntarme, con la misma jocosidad de siempre: «¿Falta nalga o sobra tela?»
Y te dediqué una sonrisa, aunque supiera que no estabas ahí. Aunque tu voz se esfumara, y con ella el recuerdo.
«Sobra tela», solía responderte ,«¡y un día voy a vender toda la tela que me sobra y me haré millonaria!»
Entonces estallabas en risas, me abrazabas y le decías a quien sea que estuviese presente que cuando yo creciera me convertiría en una mujer hermosa y elegante. «¡Esta va a ser la más linda!», anunciabas.
Sospecho que en el fondo sabías, que lo leías clarito a través de mis pupilas: no me sentía suficiente. Pero de tú tanto repetir que yo sería tal o cual cosa, que a mí solo había que darme tiempo… empecé a creerme que eventualmente crecería hasta dar la talla.
Lo que no entendí hasta hace poco es el hecho de que si reconociste todas esas virtudes era porque ya estaban en mí. Era tan suficiente en aquel entonces como lo sigo siendo ahora.
Sin embargo, el tiempo es el talón de Aquiles de todos los seres mortales. Y no me dio el chance de contarte estas cosas, te aseguro que en su momento no me permitió entenderlas siquiera. Uno vive al margen del tiempo. Uno cree que tendrá la oportunidad de agradecer, de decirle al otro todas las formas en que su tacto nos ha marcado, confesarle la manera en que cualquier gesto de amor se nos anidó en el alma.
Mas sé que cuando los días pasan no consiguen llevarse todo, siempre algo nos dejan.
Después de tantos años le sigue sobrando tela a mis pantalones.
Y también le sigues faltando tanto a este corazón.