El universo tiene la manía de sacudirse con rabia justo cuando todo está en calma

Insanity is a very tempting path for artists,
but we don’t need any more of that in the world at the moment, 
so please resist your call to insanity.
—Elizabeth Gilbert

 

Recuerdo que sucedió a principios de 2012. Estaba en el quinto sueño abrazando a las ovejas cuando me desperté al sentir que mi cama se tambaleaba. Era un temblor de tierra. De esta manera funciona el cosmos. El universo tiene la manía de sacudirse con rabia justo cuando todo está en calma. Y cuando menos te lo esperas siempre resulta ser el momento perfecto. 


Fue así como ayer me encontré sentada con las manos sobre las rodillas, hiperventilando e incapaz de localizar en mi interior algún motivo, por pequeño que fuese, para vivir.

Porque, claro, en lugar de preocuparme por las rebajas de verano, me dediqué a intentar buscarle un sentido a la vida. Yo, sentada en el salón de mi casa. Cuando Mahoma se fue a la montaña, Jesucristo al desierto y Buda a mendigar por las calles para encontrarlo.

El sentido de la vida (y sobre todo la falta de sentido de la vida) es una cuestión que me sobrepasa en tamaño y fuerzas. Ninguna resolución que mi cabeza consigue generar me satisface. Las cosas que la gente se dice a sí misma para sentirse mejor, a mí me saben a mierda. Porque estoy consciente de que nadie es imprescindible en la vida de nadie y porque el mundo va a seguir girando yo publique o no mis libros, yo alcance o no mis insignificantes sueños. Esa es una verdad innegable, y su peso me cayó tan fuerte que por más que respiraba, el aire no encontraba el camino hacia mis pulmones.

El suelo tiende a desvanecerse cuando crees que has llegado a tierra firme. Justo el día en que alguien me dijo «estoy enamorada de tu vida», me vi de pie frente al umbral de algún tipo de desequilibrio mental. Pero no me pienso dejar joder. Cerré esa puerta y estoy corriendo con todas mis fuerzas en dirección contraria.

Si repites una y otra vez la misma palabra, ésta pierde todo su significado. Llega un momento en el que sólo escuchas un ruido extraño carente de sentido. A lo mejor sucede lo mismo con nuestra existencia y de tanto intentar encontrarle un propósito, el propósito se nos escapa. Se convierte en una sustancia amorfa y vulgar.

Anoche también me pasó algo curioso. Una desconocida me envió un mensaje por error, confundiendo mi número con el de una amiga. Era un párrafo en el que, entre otras cosas, le pedía que orara por alguien. Le contesté que se había equivocado de contacto, pero que de todos modos tendría pendiente a esa persona en mis oraciones. Cuando me agradeció el gesto, me sorprendí a mí misma diciéndole: «si no estamos en el mundo para ayudar a los demás, no sé para qué estamos».

Y aquí estoy. En el mundo. En el mismo que habitan los conejos, los perritos y el agua salada de los océanos. El que mueve el amor y donde, para bien o para mal, nos necesitamos los unos a los otros.

El mundo que me llena de preguntas sin ofrecerme la más mínima respuesta.

Pero mientras siga sonando la música, hay que bailar.

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  1. Anel Tejada dice:

    Mierda! Me identifico, me encantó!

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