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Lo que nunca dije
Intentando descifrar el universo un ensayo a la vez.

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Diccionario ilustrado de susurros y gemidos

«Words can never fully say what we want them to say… 
The best one can hope for is to find along the way 
someone to share the path, content to walk in silence, 
for the heart communes best when it does not try to speak.»

 

Si no nos entendemos, inventemos un idioma. Adentrémonos a un terreno común en el que podamos comprendernos. Construyamos un barco de palabras no dichas y naveguemos despacio en el misterio. Declarémosle la guerra al sentido sustituyendo el amor por un caleidoscopio, las espinas por nubes y el olor por nostalgia. Robémosle la h al abecedario y usémosla como silla para el comedor.

Mandemosalcarajoelpuntolacomaylosespacios. Creemos un diccionario ilustrado de susurros y gemidos. Comuniquémonos mediante señas, como si se tratase de un juego. Hagamos un voto de silencio sabiendo que no todas las dudas se traducen en preguntas, ni un mar de respuestas sirve para calmar la sed. Tejamos una maraña de códigos absurdos, mejor callémonos la boca y descifremos nuestros gestos porque mientras mantenga mis manos donde puedas verlas, sabrás que no terminaré lastimándote.

Renunciemos a las limitaciones que impone el lenguaje, cuéntame de aquel sueño amarillo que te supo a melodía o de las ideas puntiagudas que orbitan la corteza de tu ser. Padezcamos de un profundo mutismo donde a las palabras de condolencia las aplasten los abrazos y no emitamos ni un vocablo cuando baste una mirada. Despojémonos de las mentiras y las largas retahílas, descartemos las promesas, prescindamos de expresiones como “déjame que te explique, lo que quise decirte fue…”. Huyamos de la fragilidad de las palabras hasta llegar a la tierra firme de los hechos, donde un sollozo es un sollozo, una sonrisa una sonrisa y nuestras bocas sirven para amarnos en vez de para hablar de amor. 

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Estoy en el mundo de las estrellas fugaces

«¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos.
Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta
estuvieron en las entrañas de una estrella.
Somos polvo de estrellas.»

 

Creo que me han apasionado las estrellas desde el instante mismo en que descubrí que existían y que pendían del firmamento todas las noches. No olvido la primera vez que vi una estrella fugaz. Era diciembre, hacía frío y yo aprovechaba que me hallaba fuera de la ciudad para escudriñar el cielo nocturno. Me encontraba perdida en el tintinear de esas lucecitas, cuando vi a una de ellas moverse. Recuerdo haber corrido alarmada adonde mi papá para decirle que vi una estrella cayéndose y que él, lleno de calma, me explicó todo el asunto de las estrellas fugaces. También me dijo que pidiera un deseo.
Desde aquella época me detengo a pensar cada cierto tiempo en la inmensidad del universo. En que nadie sabe dónde empieza ni dónde acaba; y que, según la teoría del Big Bang, todo esto sigue expandiéndose constantemente como las llamaradas de una explosión.

in
fi
ni
to

¿De verdad en cuatro sílabas cabe un significado tan grande?

No puedo ahuyentar la idea de que si el universo es infinito, entonces alberga infinitas posibilidades. Y se me hace imposible cerrarme a lo inexplicable, a lo improbable, a lo mágico. Es decir, en el infinito hay espacio para todo. Entonces rompo a caminar con el corazón abierto para poder recibir todo lo hermoso, aunque sé que corro el riesgo de que se cuele una que otra cosa horrible también. Cerrarse al horror es cerrarse a la belleza, y ese es el precio a pagar para saborear la magia de esta vida.

Sin embargo, empiezo a entender que estar aquí se trata de aferrarme a lo bueno, de no doblegarme, de jamás atreverme a abandonar la dulzura ni dejar de ver la bondad con estos ojos tan grandes. Es tejer un alma compasiva con hilos de lágrimas, conseguir pelear con los monstruos sin convertirme en uno, lograr caminar entre la mierda sin embarrarme, y continuar amando a este mundo y las personas incluso (especialmente) las partes difíciles de amar.

Continuar amando porque sí, como el más exquisito de los placeres.

Porque estoy en el mundo de las estrellas fugaces, y si el universo es infinito,

mi corazón también lo es.

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Momentos en que todo fluye

Instructions for living a life:
Pay attention.
Be astonished.
Tell about it.

–Mary Oliver

Cuando salgo de casa (siempre tarde, siempre con mi impuntualidad entorpeciéndome los pasos) y enciendo mi carrito rojo para ir al trabajo, me cercioro de que buena música me acompañe en el trayecto. Y voy muy seria, a veces. Y otras veces ando cantando, aplaudiendo, bailando y montando todo un espectáculo en los semáforos.

También hay mañanas en las que se hace el silencio, en que permito que sean las voces de mi cabeza quienes me vayan narrando historias durante el camino. Entonces me estremece el mundo y lo dejo asentarse aquí en mi alma: le hago morisquetas a los niños por la ventanilla, saludo al señor que siempre está pidiendo limosna en la 27, le sonrío al guardia que casi a diario me dice que voy siempre tan linda y elegante, flaca; noto que el tiempo corre a la velocidad justa y los flamboyanes de Gazcue se encienden en amapolas.

Llegan días en que el corazón descansa, en que alguien me habla desde tempranito y se la pasa sacándome sonrisas hasta que se acuesta el sol, en que la ciudad de Santo Domingo me trata con tal clemencia que hasta los limpia vidrios entienden mi negativa y se abstienen de salpicarme el vidrio del carro con sus esponjas enchumbadas de agua sucia.

Hay momentos en que todo fluye, no jodas. En que confiar me sale tan barato, tan dulce…

Tan fácil.

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Bongó

Cuando eso tú y yo ni nos imaginábamos que existíamos. Y tú no soñabas con un bongó, soñabas otras cosas. Eran otros tiempos, la magia estaba condensada en el núcleo de la Tierra y no podías respirarla en cada bocanada como ahora, no se te había quedado adherida a la tráquea y los pulmones para acceder a ella dentro tuyo siempre que la necesites.

El latido de tu corazón sonaba fuerte, pero tus oídos aún no habían adquirido la agudeza para escuchar su música. La luna menguante parecía reírse de un chiste que nadie más podía entender y el mar se te enredaba entre los dedos de los pies sin conseguir hacerte cosquillas siquiera.

Aquello no era vida, era algo distinto. Una forma de estar, sin ser. Un modo de ocupar el espacio al borde del tiempo, la torpeza de plantar un pie delante del otro como quien cree que una veleta gobierna la dirección del viento. Era subsistir, no más.

Andábamos sin percatarnos de que éramos ciegos hasta el momento en que nos sostuvimos la mirada, hasta que entre tus ojos y los míos se elevó este puente. Entonces fue fácil comprender que nuestros caminos estaban entrelazados desde antes, mucho antes. Esta historia viene trenzándose desde otras vidas, desde la vez que éramos un par de abejas decantando miel sobre las lenguas o desde cuando éramos juglares tañendo la cítara y el laúd.

Pero nos miramos, y a partir de ese instante no pudimos dejar de escuchar la melodía. Dentro de nuestro pecho palpitaba un tambor. Danzábamos como poseídos por el ritmo de esos latidos y de pronto se nos hizo evidente que cuando la luna nos miraba, se reía de nosotros.

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Llegar a otra persona nunca es fácil

Quizás lo que decimos no sea tan importante porque el corazón siempre habla entre líneas. Probablemente nada sea casual y cada risa oculte un me alegra oírte, cada saludo un me haces falta, cada despedida un no te vayas.

Llegar a otra persona nunca es fácil: cargar tu equipaje (ese que siempre recordabas más liviano), calcular los espacios, adivinar en cuál de tantos putos rincones pueden hacerte sitio. Saber que ya has andado ese camino sin éxito alguno antes; descubrir que mientras más veces lo recorres, más corta se te hace la distancia… pero igual te cansa.

Probablemente todo sea casual. El amor, cuando arde, termina siempre hecho cenizas.